El Mercado Libertad: una ciudad dentro de otra ciudad
A mi abuelo Don Rafa, sanjuanero de corazón.
¿Cuántas ciudades caben dentro de una ciudad tan inmensa como Guadalajara? Es difícil de saber, pero algo sí podemos asegurar, El Mercado Libertad, mejor conocido como San Juan de Dios o San Johny, es una ciudad en sí misma, un organismo vivo con pasillos interminables, miles de puestos, patios con pájaros y productos de toda índole. Entrar en sus fauces es entrar a probar suerte en un lugar donde confluyen lo mejor y lo peor de la cultura tapatía.
Al igual que el mítico dios Abraxas, deidad total del bien y el mal, San Juan de Dios encierra dentro de sí todos los vicios y las virtudes de nuestra sociedad: Fuente de empleo de más de 3,000 locatarios, mayor centro de distribución de mercancía ilegal de la región, edificio icónico de la arquitectura moderna mexicana, construcción distorsionada por la insaciable avaricia económica, punto de venta de las manifestaciones artesanales de la región, espacio de estafa y abuso a turistas incautos, expresión culmen de la gastronomía tapatía, punto rojo para caminar de noche…
El 21 de Mayo de 1955 el joven pasante de 25 años Alejandro Zohn, de origen austriaco pero afincado en Guadalajara desde los nueve años, presentó su tesis de titulación después de dos años de trabajo asiduo: El nuevo Mercado Libertad de Guadalajara, un proyecto novedoso y de gran sensibilidad al contexto urbano, que a la brevedad comenzaría a construirse, convirtiendo esos dibujos, planos y maquetas universitarias en el enclave comercial más importante de la ciudad.
El nuevo mercado se desplantó en un lugar de gran tradición comercial en Guadalajara, con presencia de tianguis informales desde principios del siglo XVIII que se instalaban en el sitio, así como con un primer intento de formalizar el comercio mediante un mercado construido en 1888, que a su vez fue demolido para construir otro mercado en el mismo sitio diseñado por el arquitecto Pedro Castellanos. El ecléctico edificio de planta pentagonal construido en 1928 pretendía entonar mejor con la nueva imagen de la Calzada Independencia, que se disponía sobre el recién entubado río San Juan de Dios y emulaba los paseos y bulevares franceses promovidos por el Barón de Haussmann en París. Sin embargo, las diferencias entre la ciudad luz y la perla tapatía desde un inicio fueron evidentes, basta señalar que el recién entubado río pasó a ser la cloaca de la ciudad y con ello la imagen romántica del lugar poco a poco fue deteriorándose.
Rápidamente el edificio diseñado por Castellanos fue insuficiente para la actividad comercial del sitio, ya que a mediados del siglo XX los doscientos cincuenta puestos del mercado habían sido rebasados con creces por los mil quinientos puestos informales que se establecían de forma caótica en los alrededores; hecho que revela una constante histórica del lugar, siempre fue, es y será insuficiente el espacio regulado para el comercio ante la intensa actividad de compraventa informal.
En la década de los años 50‘s Guadalajara modernizó su rostro urbano de manera radical, por lo que el proyecto vanguardista para un nuevo mercado en las confluencias de la Calzada Independencia y la recién abierta calle Javier Mina, que pretendía ser la continuación de la Avenida Juárez hacia el oriente, resultó muy bien recibido por las autoridades. De esta forma las nuevas ideas de arquitectura moderna promovidas por la recién fundada Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara se cristalizaron con la realización del proyecto de tesis de Alejandro Zohn, quien concibió un edificio novedoso en todos sus aspectos, iniciando por el sistema y material constructivo; una serie de paraboloides hiperbólicos de concreto armado de 18 mts. de altura y 5 cms. de espesor que permitirían una gran cubierta con solo 20 apoyos en una superficie que superaba los 6,000 metros cuadrados, algo todavía difícil de concebir en la actualidad. Sin embargo, el nuevo mercado no solo era una hazaña constructiva, sino que gozaba de múltiples valores arquitectónicos como la eficiente luz y ventilación cenital integrada en la cubierta que exaltaba la riqueza geométrica de la composición y materializaba la idea de Zohn de lograr un mercado callejero pero con higiene, orden y seguridad. Así mismo, la incorporación de patios con escalinatas de reminiscencia prehispánica y el uso del ladrillo aparente dotaban al edificio de un lenguaje tradicional y moderno a la vez. Por su parte, la función social del proyecto quedaba constatada con el programa de dependencias que contemplaba espacios como: guardería infantil, escuela primaria y dispensario médico, prueba de la sensibilidad al contexto urbano y las aspiraciones humanistas de la propuesta arquitectónica.
El tiempo, único testigo imparcial de la arquitectura, ha dejado su huella en el Mercado Libertad; una serie de intervenciones que no describiré en este texto, muestran un edificio un poco alejado de la idea original, pero en suma exitoso que rebosa una intensa actividad comercial. El sueño del joven Alejandro Zohn aún es perceptible al mirar los monumentales paraboloides hiperbólicos que permiten al edificio ostentar el título de mayor mercado cubierto de Latinoamérica.
La fayuca del tercer nivel, las calandrias, los griterios de las doñas de la comida, los huaraches, los pájaros en algunos de los escasos patios que sobreviven, y el trajín cotidiano, marcan el ritmo incesante de una ciudad con sus propias reglas, un mercado-ciudad imaginado desde la promesa utópica de la arquitectura moderna, y que ha encontrado su golpe de realidad con la sociedad que lo parió. Allí sigue en pie el Mercado Libertad, ícono de la ciudad, cita imperdible para tapatíos y turistas que continúan creyendo lo que Pablo Neruda alguna vez aseguró: “México está en sus mercados”.