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El “Jaguar 1” no era el objetivo…

En octubre de 2008, y alejado de las grabadoras, el entonces secretario de Seguridad Luis Carlos Nájera mostró su ira cuando un grupo de sicarios asesinó a cinco de sus elementos en una gasolinera de Lagos de Moreno. Les detonaron, dijo entonces, nueve granadas de fragmentación.

En medio del olor a pólvora y muerte, Nájera gritó a los cientos de oficiales que rodeaban la escena que el deceso de sus compañeros no quedaría impune. Que buscarían por debajo de cada piedra hasta dar con ellos.

Lo del pasado jueves fue un evento fortuito. De haber querido, los sicarios que amagaron, golpearon y despojaron de su equipo y armas a tres policías de Zapopan en la Colonia La Magdalena, habrían podido llevarse al jefe de la División Motorizada de esa corporación, a quien por motivos de seguridad sólo ubicaremos por su clave operativa “Jaguar 1”.

Ellos, los sicarios, eran ocho. Los que acompañaban a “Jaguar 1” eran la mitad. Ellos, los sicarios, estaban armados hasta los dientes. Los que acompañaban a “Jaguar 1” definitivamente no podían hacerles frente.

Los policías hacían su recorrido de vigilancia. Vieron la camioneta estacionada en el cruce de San Jorge y San Luis, y a varias personas en su interior. Como protocolo se bajaron de la patrulla, encendieron una linterna y se acercaron al auto. De éste bajaron los sospechosos y ningún oficial tuvo tiempo para reaccionar. Los golpearon, les quitaron su equipo y hasta una radio policial.

Luego, los sicarios, quienes incluso llevaban chalecos tácticos antibalas, huyeron con toda facilidad, pues por el radio podían escuchar desde qué puntos se dirigía el apoyo solicitado. 

Y para facilitar aún más su escape, los hombres armados incluso arrojaron ponchallantas a la vialidad para entorpecer aún más el avance de los refuerzos. La evidencia de esto quedó enmarcada en diversas publicaciones de redes sociales.

¿El saldo? Tres agentes golpeados; dos de ellos trasladados al hospital por heridas de consideración. La Policía de Zapopan también se verá obligada a reponer dos armas largas, dos cortas, un radio y un chaleco antibalas.

“Jaguar 1” se hallaba en el sitio. Estaba en la camioneta de la cual descendieron los agentes que golpearon y así fue como se topó con la agresión. Al enterarse de esto, los mandos de la corporación solicitaron que se le resguardara.

Y eso ocurrió.

Lo mantuvieron en la patrulla hasta que todo estuvo controlado. Mientras tanto, afuera, el dispositivo de seguridad llenó de azul y rojo cada rincón de La Magdalena.

El atentado no iba contra él. Por lo que se advierte, los hombres armados estaban ahí para cazar a alguien más y, al hacer frente a los policías y escuchar que habían solicitado apoyo, simplemente se fueron. Rato más tarde abandonaron su vehículo. 

En esta ocasión, el atentado no iba dirigido contra el mando operativo, pero las agresiones contra agentes de seguridad pública en Jalisco han cobrado la vida de 140 oficiales entre enero de 2018 y agosto de 2023, una cantidad escandalosa cuando se trata de la Entidad que se presume como emblema de México.

Es decir que, así como los ciudadanos, los agentes de Policía son blanco fácil de la delincuencia. Y el mensaje que subyace es de terror: no hay garantía de seguridad para nadie.

Atentar contra un oficial tiene implicaciones graves y diversas en términos legales, sociales, políticos y, evidentemente, de seguridad. Estos ataques no sólo afectan a los individuos directamente involucrados; también hay consecuencias amplias para la sociedad y el Estado en su conjunto.

Aunque su profesión ha sido manchada por el triste desempeño de unos cuantos, el papel crucial en el mantenimiento del orden y la seguridad pública es innegable. Quienes se empeñan de corazón a esta noble tarea están encargados de proteger a la sociedad, combatir el crimen y preservar la integridad del Estado.

Por lo tanto, cualquier ataque o agresión dirigida hacia ellos conlleva secuelas graves.

Hoy, cada vez son más las piedras que debe levantar la autoridad para dar con quienes atentan en su contra. Y que un grupo armado pueda amagar, golpear y robarle sus armas a los agentes que viajan con un mando de alto grado en plena Zona Metropolitana de Guadalajara no hace sino reforzar la imagen deteriorada de un Estado que apuesta a mejorar sus cifras y olvida por completo su razón de ser: que sus gobernados se sientan seguros.

isaac.deloza@informador.com.mx

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