El Gran Premio de México, espejo de las asimetrías nacionales
Motivado por la curiosidad e invitado por mi viejo amigo, José Herminio Jasso, asistí al Gran Premio de México. Dejando de lado -por hoy- los temas políticos relativos a otras carreras que más bien parecen juegos de azar o serpientes y escaleras, me gustaría compartirte algunas de mis impresiones. No soy aficionado a este deporte, prefiero el fútbol y, uno especialmente vinculado con mi naturaleza, el hipismo (je, je, je). Sin embargo, me atrajo la idea de asistir a uno de esos grandes espectáculos mundialmente itinerantes. Mi vocación de antropólogo se impuso. No me defraudó.
En principio, les diré que es un show excepcional. Es un gran circo, en el que modernos gladiadores compiten a velocidad de vértigo por el triunfo. La cobertura mediática hace llegar los resultados de la competencia hasta los últimos rincones del planeta. Me asombró la cantidad de aficionados que asisten y la admiración que tienen por los pilotos; en el caso de “Checo” Pérez, es una autentica devoción. Después de que su carro se accidentó, casi una cuarta parte de quienes pagaron boleto para verlo ganar abandonaron el autódromo, revelando la muy limitada capacidad de frustración de los mexicanos. Al margen de lo escrito, la infraestructura humana y técnica que requiere este tipo de eventos es admirable. Miles de personas, muchas de ellas jóvenes, trabajando con una gran eficiencia y cordialidad. Mostraron nuestra gran capacidad para realizar espectáculos de calidad mundial.
Me sorprendió la enorme cantidad de dinero que se mueve. Sin duda, la economía de la Ciudad de México recibe un fuerte impulso con la derrama económica que origina tan importante competencia deportiva. Baste decir, como ejemplo, que los hoteles se llenan en su totalidad y sus precios incrementan hasta en un doscientos o trescientos por ciento. Por otro lado, las diferencias sociales se manifiestan de manera impresionante. Casi medio millón de personas integraron un mosaico asimétrico que refleja los distintos estamentos de la sociedad mexicana: los magnates del país llegando en sus helicópteros y los políticos de la 4T, con escoltas y toda la parafernalia que envuelve al poder -cubriendo las placas de sus vehículos para no ser identificados-, mientras afuera, los vendedores de artículos “pirata” se conformaban con los mendrugos de esa enorme legión de fanáticos. El Gran Premio, como otros espectáculos, requiere enormes recursos económicos. No por eso debemos caer en la tentación de descalificarlo; genera empleos y propicia la distribución de la riqueza. Eventos como estos, más que sólo reflejar nuestras asimetrías, deben de ser una plataforma para construir un tejido social más justo y fomentar la unidad de los mexicanos.
Finalmente, llamó mí atención que, frente a la devastación que produjo el huracán “Otis” en el Estado de Guerrero, poco se hizo por llamar la atención hacia la tragedia que viven los sobrevivientes de Acapulco: en la vuelta 25 se invitó a los presentes a levantar su puño. No seamos indiferentes, mostremos más empatía hacia quienes necesitan de nuestro apoyo.
Sic transit gloria mundi.