El Estado laico y las diversas visiones del mundo
El inicio del siglo XXI marcó un punto de inflexión en lo que respecta a los datos sobre creencias y prácticas religiosas en México. A partir de esa fecha, los datos de los censos muestran una acelerada disminución del número y proporción de personas que en México se auto adscriben a alguna religión o sistema de creencias.
En efecto, en el 2020 el Inegi documentó el mayor número de personas que no tienen ninguna creencia o que, teniéndola, no se declaran como parte de alguna de las religiones existentes en el país, cuya cifra no es menor, pues llegó a 12.59 millones de personas. Dada la tendencia, lo esperable en los años por venir es que la cantidad siga creciendo de manera relevante.
¿Qué significa lo anterior ante la conmemoración y celebración de las llamadas Semana Santa y Semana de Pascua? En primer lugar, debe reconocerse que hay millones de personas que honestamente creen y practican la reflexión, el “retiro espiritual” y la introspección para valorar cuáles son sus acciones más relevantes y cuál es su papel en el mundo en tanto creyentes y seguidores de un credo determinado, en el amplio abanico de religiones cristianas que hay en nuestro país.
Pero como ya se dijo, hay millones para quienes estas fechas no tienen el mismo significado; y otros para los que, aun siendo creyentes, no hay una mayor significación sino la de la fiesta, las vacaciones y el alivio del ajetreo del mundo de la vida cotidiana.
Por eso es tan relevante que, en un país como el nuestro puedan fortalecerse los valores de la tolerancia, del respeto a todas las formas de creencias y de no creencias; y por ello debe destacarse la relevancia del Estado laico, pues sólo con base en él la posibilidad de la tolerancia y la convivencia respetuosa entre distintas visiones del mundo puede darse.
La pregunta sobre el significado de estas fechas también tiene un importante sentido simbólico y sociológico, sobre todo en un país tan lleno de violencia y episodios horrendos; provocados la mayoría de ellos por la criminalidad, pero en otros, también por las omisiones y errores garrafales del Estado, como en el reciente caso de las personas migrantes fallecidas en la estación migratoria del Instituto Nacional de Migración, en Ciudad Juárez.
Hasta hace unas cuántas décadas se pensaba a México como una sociedad “relativamente uniforme”; y no es que haya dejado de serlo, sino que antes bien ese discurso ocultaba la enorme diversidad y pluralidad que nos ha caracterizado siempre. No somos, nunca hemos sido, una sociedad “isomórfica”, sino que la enorme cantidad de visiones y formas de ver el mundo y la vida nos definen como una sociedad poliédrica.
Pero siendo esto así, ¿cómo entonces convivir armónicamente y conciliar la posibilidad de la paz y el respeto mutuo? La respuesta ante ello no puede ser otra sino la vigencia del Estado de derecho: la aceptación y el cumplimiento de las libertades que nos reconoce la Constitución a todas y todos. Para lo cual es indispensable un Gobierno que afirme la tolerancia y se comprometa todos los días con el diálogo público y con la práctica de una pedagogía de la libertad y los derechos humanos.
El llamado común de las comunidades cristianas es hacia la paz, la solidaridad, el respeto y la protección de la vida, el alivio y el socorro de las personas empobrecidas; y todo ello es compatible con los objetivos de derechos humanos del Estado laico; y por ello es necesario fortalecerlo al máximo porque es lo que nos posibilita coincidir independientemente de en qué se cree, o si no se cree.
Para México es urgente revalorar la vida, revalorar la justicia y la paz. Revalorar aquello que nos une y reconcilia, y abonar todas y todos para avanzar hacia un nuevo Estado social de Derecho, en el que las continuas escenas de espanto que aterran a diario desaparezcan de nuestra sociedad y podamos coexistir, todas y todos, en un país de bienestar y dignidad compartida.