Educación para la democracia
El domingo 4 de septiembre sucedió, en la hermana República de Chile, un acontecimiento digno de análisis. El pueblo chileno rechazó la propuesta de la Nueva Constitución, con la que el gobierno del presidente Gabriel Boric Font pretendía substituir a la que promulgó el dictador Augusto Pinochet en 1977 y volver a una nueva versión de la Constitución que impulsó el presidente Salvador Allende en 1973. El doctor Allende fue el primer presidente socialista de América, quien murió (¿suicidado?) el 11 de septiembre del año señalado, durante el golpe de estado en el que los militares impusieron como presidente a Pinochet.
¿Qué pasó para que el 61.86% de los chilenos que acudieron a las urnas dijeran “NO” a la iniciativa del presidente Boric cuando hace apenas unos meses fue electo en segunda vuelta, con el 55.8% de los votos? ¿Por qué, en apenas seis meses de ejercicio gubernamental, el 7% de quienes sufragaron a su favor no estuvieron de acuerdo con las modificaciones propuestas? La respuesta puede estar en el sistema educativo chileno, a mi entender, el mejor de Latinoamérica. En Chile, con cerca de seis mil kilómetros de costa en el Océano Pacífico, que van desde el sur de Perú hasta Punta Arenas, en La Patagonia, ha existido, desde siempre, una enorme preocupación por la instrucción pública. La razón es muy sencilla: la única forma de integrar a los habitantes en un territorio tan largo y estrecho es la educación. El respeto y admiración que en ese país se tiene por los maestros y por esa profesión es única.
Cambiar o modificar una opinión no es cosa fácil, los seres humanos tendemos a persistir en nuestros puntos de vista y, tratándose de nuestras preferencias religiosas, partidistas y afectivas, somos obstinados. Es impresionante la capacidad de reflexión y análisis de los electores chilenos. Por su parte, la respuesta del Presidente fue consecuente con su vocación democrática: aceptó de inmediato el resultado y procedió a la restructuración de su gabinete, integrando a representantes de otras expresiones y fuerzas políticas con quienes intentará replantear el texto constitucional, acercándolo a las aspiraciones de la ciudadanía.
Experiencias como la narrada nos hacen recuperar la fe en que, cuando una sociedad manifiesta organizadamente sus opiniones y asume su responsabilidad individual en la vida colectiva, los cambios para transformar positivamente el destino de una nación no sólo son posibles, sino viables. México enfrentará, en poco menos de dos años, un proceso electoral que definirá nuestro futuro. El asunto no es menor. No podemos ver con desinterés las pretensiones de quienes aspiran al enorme honor y privilegio de conducir a nuestra gran nación. Debemos trabajar para que nos gobiernen los mejores, los más aptos, aquellos que por su trayectoria y experiencia nos dan certidumbre. Ejemplos como los que acaba de dar el pueblo chileno son dignos de admiración. Cuando los mexicanos unimos voluntad y propósitos, logramos superar retos enormes. No perdamos la oportunidad.
Eugenio Ruiz Orozco
eugeruo@hotmail.com