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Drama cósmico

En un caso reciente y de la vida real, la estabilidad emocional de una familia se enturbió y se volvió ilegible, madre, padre, dos hijos varones, 27 y 14 años respectivamente y una hija de 18 años, Rocío, con Síndrome Down se podía calificar como una familia estable. El hijo mayor profesionista, con trabajo, el menor estudiando la secundaria, y Rocío, alegre y activa asistiendo a un centro de educación especial.

De pronto todos observaron notorios cambios emocionales en la hija, en la hermana, la familia nadó por un tiempo en las turbulentas aguas del desconcierto y la frustración sin saber que pronto aquella situación se convertiría en rabia. Mientras tanto, Rocío sufría, se aislaba sin obedecer a nadie, o prorrumpía en llanto, un llanto desgarrador  y prolongado que ponía al borde de la histeria a toda la familia.

Transcurrieron tres meses en esas condiciones hasta que aparecieron las evidencias físicas, Rocío estaba embarazada, el dolor, la duda, la ira se apoderaron de todos, ni la aceptación, supuestamente ya digerida, de que uno de los contenidos de tener una hija con Síndrome Down -o cualquier otra discapacidad- es el sufrimiento por la vulnerabilidad de ellos bastaba para enfrentar lo que venía, inconcebible que a Rocío le sucediera algo así.

Buscar y descubrir al a los culpable se convirtió en prioridad, no solo para la familia, también para la Escuela, incluso para la sociedad. El bochornoso y absurdo suceso se convirtió en tópico cotidiano, pasaban los días y las semanas, hubo manifestaciones callejeras exigiendo justicia, la calificación de monstruos al o a los culpables no se hicieron esperar, intervino la autoridad y dieron inicio las pesquisas. Por principio, todos debían someterse a pruebas de ADN, primero los maestros, en especial dos de ellos que convivían con más frecuencia con Rocío, luego los familiares cercanos que la frecuentaban regularmente. Todas las pruebas resultaron negativas, ni maestros, ni parientes cercanos ni amigos eran los culpables. Sintiendo una especie de agonía dolorosa faltaban la prueba al padre y los dos hermanos, sus palabras auto eximiéndose no fueron suficientes, un padre inimaginablemente ofendido y dos hermanos que juraban no haber violado a su hermana se resistieron. Las autoridades y la sociedad no cambiaron de postura y finalmente se hicieron las pruebas. En tanto llegaban los resultados, la madre sabía que toda aquella tragedia le cambiaría para siempre su destino, supo que la vida es permanentemente un riesgo colosal. Como nunca pensaron en el aborto, opinión unánime de la familia, por cierto única opinión válida, la madre dentro de sus pedagógicas posibilidades tan complicadas según el caso, se propuso orientar a Rocío, las virtudes silentes de la pequeña no alcanzaban a comprender su responsabilidad futura.

Llegaron los resultados, negativos los del padre, negativos del hermano mayor, había que repetir los del chico de 14 años, lo hicieron hasta en tres ocasiones, no quedaba duda, el hermano menor, de sólo 14 años era el culpable. La justicia cumplió con su responsabilidad, la sociedad queda en murmullos por un largo rato, pero al interior de la familia resultó imposible allanar la convivencia. Rocío preguntaba cuándo nacería su “bebé”, reiteradamente le decía a su madre que le prometiera que ella, la abuela, lo cuidaría, que Rocío esperaría a que creciera para que ambos convivieran. Se opuso a que le pusieran otro nombre que no fuera el de su hermano, padre de la niña, no hubo necesidad, es niña y está gozando de buena salud. Falta enfrentar el futuro, la niña deberá saber la verdad porque cuando se recurre a la mentira nunca llega el perdón, aparece la impureza y desaparece la comprensión.

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