Dos días especiales
Noviembre empieza de lujo con dos celebraciones que nos recuerdan la realidad de la vida que es caduca, limitada y que sabemos que un día no lejano, cuando menos lo sospechemos, ni esperemos y mucho menos lo programemos, llegará…
Y no es cierto eso que afirman algunos y que muchos se lo creen: que los mexicanos nos reímos de la muerte…
Nos reímos, sí, ciertamente de las ingeniosas y muy hermosas caricaturas que hacemos y compartimos. También nos reímos con esa vena poética tan nacional que nos lleva a hacerle su versito, bueno o malo, a los familiares y amigos, como si ya estuvieran muertos.
La verdad de todas las verdades es que la realidad de la muerte nos duele y nos asusta.
Nos duele en el alma, y a veces muy profundamente el recuerdo de los que ya no están con nosotros y los evocamos con nostalgia, con tristeza y en ocasiones con arrepentimiento; pero la mayoría de las ocasiones el recuerdo es cariño.
Aunque ya desde el día anterior, estamos haciendo memoria de personas verdaderamente buenas que han sido ejemplo y luz en nuestra vida y en muchas vidas, a través del tiempo, y les llamamos “santos” porque don ejemplo y tenemos la certeza de que alcanzaron la meta a la cual todos aspiramos: Recibir como premio la vida eterna y duradera que el Señor Jesús nos ha prometido.
Por eso, entre Santos y difuntos, el mes de noviembre empieza muy solemne y con mucho colorido, pero sobre todo con una fuerte carga de sentimiento y a menudo con eventos que nos ponen ante la vista que estas realidades no son fantasía.
Nuestra vida, como dicen algunos, pende de un hilo… y que caminamos como al filo entre dos abismos.
Lo importante es procurar dejar una estela de luz, o un halo para que nos recuerden como “santos”. Es decir, que nos recuerden bien, que no sea nefasta la memoria que aflore al evocar el nombre.
Miremos la historia: a muchos se les recuerda por lo mucho y bueno que realizaron. A otros con desagrado porque dejaron nada bueno.
Pero otra infinidad de personas pasan al olvido porque como suele decirse: ni fu, ni fa… no dieron mucha lata, pero tampoco dieron nada.
Así pues, celebremos con gusto el día de los santos y también a los difuntos que por la fe, tenemos la esperanza de que la vida no acaba, tan sólo se transforma y que un día todos estaremos reunidos en el Reino de Dios.
Y nada de desanimarse: a recordar a los santos, hacerles una oración y también, ¡por qué no? a escribir, dibujar y enviar calquitas con mucho cariño a familiares y amigos… Y yo, mañana mismo le mando una a Sergio y a ti te digo desde hoy:
“No asustes a la muerte cuando te diga: ahí voy. Mejor grítale sonriendo: amiga, aquí estoy.”