“Dolor y gloria”
“La ley del deseo” (1987) fue la primera película que vi de Pedro Almodóvar, la vi en el extinto cine Las Américas de la Ciudad de México, la sala que estaba en Insurgentes y cuya fachada vemos en la “Roma” de Alfonso Cuarón. Es con esa película, que gana el Premio Teddy en el Festival de Berlín, cuando comienza la internacionalización del cineasta manchego, avecindado en Madrid. Creo que también fue la vez que descubrí a Antonio Banderas.
“La ley del deseo” es el séptimo largo de Almodóvar, quien a partir de 1974 inicia su carrera filmando numerosos cortos, que formaron parte de la “movida española” ese efímero momento donde la férrea moral de la dictadura de Franco se resquebraja ante la vital rebeldía de esa generación, una generación golpeada por su adicción a las drogas duras. En el argot su afición al “caballo (consumo de heroína)” los calcinó.
A partir del 87 Almodóvar depura su estilo fílmico y se convierte en celebridad, su capacidad para dar voz y cuerpo a la mujer española, a través de un puñado de actrices capaces de crear personajes fuertes pero con cierta fragilidad, sentimentales y lúcidas entre las que destacan Victoria Abril, Rossy de Palma, Marisa Paredes y, por supuesto, Penélope Cruz propició el surgimiento de esa categoría llamada “chica Almodóvar”.
El mayor triunfo de Almodóvar es “Hable con ella” (2003), con la que recibe el Oscar por guion y queda nominado en la categoría de Mejor director. A lo largo de 15 años Almodóvar dirige seis largometrajes más; en todos los casos sus películas tienen un impacto mundial. Es el único cineasta de la Península distribuido por diferentes empresas de Hollywood, puede afirmarse que incluso en sus malos momentos es un cineasta rentable.
“Deseo y gloria” es, a su manera, una ruptura; es sobre todo un relato propio, conoceremos una buena parte de su infancia y la que, posiblemente, fue su gran pasión erótica-amorosa. Aparte del entrañable relato en primera persona, Almodóvar convoca a su actor fetiche: Antonio Banderas, quien tiene ya una sólida carrera en Hollywood. Banderas es una parte esencial de la película, su contenida interpretación a un cineasta que ha colapsado ante los dolores físicos, el fallecimiento de su madre y una profunda incertidumbre sobre el valor de su obra sorprende y conmueve. Cuando acaba “Dolor y gloria” tenemos tres certidumbres: Almodóvar ha reconquistado su grandeza, hemos visto al mejor Banderas y la carrera por los Oscar ha comenzado.