Ideas

Dinero, educación y arrogancia

Se me vino a la mente al manejar una Lincoln Navigator. Estaba en uno de los mejores y más cómodos asientos del mercado. La temperatura era justo la que me hacía sentirme bien. La música sonaba como si Cold Play estuviera en el asiento trasero, tocando sólo para mí. El aislamiento acústico de la cabina transformaba la camioneta en una isla acústica entre un mar de ruido de autos buscando llegar a su destino con su prisa común y casi nunca justificada. Por último, pero no menos importante, la altura. Miraba a los demás desde arriba, como un ejecutivo que siempre pone su silla más alta que la de sus invitados. Era la receta perfecta para sentirse superior, especial, mejor que los demás. En otras palabras, un perfecto imbécil.

Más gente de lo que debería ser aceptable conduce su coche como si en la calle no hubiera nadie más. Cambian de carril sin avisar o peor, sin fijarse si hay alguien más en otro coche como para producir un accidente. Se estacionan en lugares dedicados a personas con capacidades distintas solo porque le queda más cerca de la puerta de su destino, cuando ellos sí pueden caminar sin problemas. Dan vueltas a la derecha sin fijarse si viene otro auto y menos si algún peatón está cruzando la calle. Circulan arriba de la velocidad permitida sin entender —o sin que le importe— que la distancia de frenado se multiplica por cuatro cada vez que se duplica la velocidad. Son tantos los ejemplos que sería tedioso e inútil —porque los infractores son creativos— nombrarlos todos.

Yo, que muchas veces he afirmado que el dinero no compra la educación y los buenos modales, por primera vez me quedé pensando que tal vez puede ser al revés, es decir, la mayor capacidad financiera puede fomentar la arrogancia y la prepotencia.

Todos somos víctimas y victimarios

Antes que se mal interprete este texto como una especie de manifiesto “anti fifi”, hay que recordar que ser arrogante, prepotente o déspota no es exclusivo de los que tienen más dinero. Todos los días vemos en la calle muchos ejemplos de autos de bajo costo y mucho uso haciendo las mismas tonterías.

El problema no es sólo un mal de los automovilistas más adinerados, sino que parece afectar a todo aquél que tiene algún tipo de privilegio. Las vueltas continuas a la derecha, por ejemplo, es algo que varios confunden con preferencia, como si el permiso que se les da de hacer esa vuelta incluso con el semáforo en rojo, le diera también el derecho de hacerlo antes que los que ya vienen circulando en la vía a la que quiere entrar, aumentando el riesgo de un accidente.

Algunos ciclistas también abusan de su privilegio cuando al usar una vía hecha para ellos, tratan a cualquier peatón en ella de la misma forma grosera, prepotente y amenazante que critican a los automovilistas.

La mala educación no es un privilegio de los llamados países en desarrollo, ya que si así fuera los fabricantes de automóviles no gastarían fortunas en sistemas como alerta de cambio de carril, detección de peatones o frenado automático de emergencia.

Tal vez un auto de lujo, o simplemente conducir un vehículo de mayor altura que tan de moda está hoy en día, nos haga sentirnos superiores a los demás, pero esto no significa que lo seamos. Las arterias de comunicación son áreas públicas y al igual que respetamos la fila que hacemos en un banco tampoco debemos pasarnos de “listos” e invadir una fila de coches ya hecha para ganar tiempo sobre los que pacientemente esperan su turno. Si nos toca el privilegio de andar en una Navigator, por ejemplo, usemos ese regalo para disfrutarlo y pasarla bien, no para pisotear a los menos afortunados.

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