Dígame, licenciada, y la agenda de género
Viví 30 años sin título. Nadie me lo requería, salvo mis padres, por supuesto. En mi profesión el grado académico no era indispensable, ni acreditaba absolutamente nada. Para ser periodista el paso por la universidad ayuda y mucho, pero no suple la experiencia. Así que viví sin título hasta el día en que, 30 años después de haber terminado la carrera, a un amigo se le ocurrió invitarme a dar clases en la universidad. No puedo, le dije, no tengo título, salvo el de licenciado en manejo por la Secretaría de Vialidad y Transporte. Más por su afán que por el mío seis meses después obtuve finalmente el grado. Nunca me volvieron a invitar a dar clases, y nunca nadie me ha vuelto a requerir el título.
Ser licenciada(o) no hace a una persona más o menos capaz de ejercer un cargo, pero de la misma manera el que los subordinados te digan “dígame, licenciada(o)”, no te hace licenciada(o). Fela Pelayo puede ejercer con la misma capacidad y destreza su función habiendo o no terminado la licenciatura, ese no es el punto. El problema es que la ley pide el grado como condición para ser elegible en el cargo y eso no tiene vuelta de hoja. Si fuera una empresa privada es decisión del dueño o del director brincarse su propia normatividad. Pero el gobierno no funciona así, entre otras cosas porque de lo que se trata es justamente que no haya la instrumentación patrimonialista del poder. Todos los gobernantes en mayor o menor medida tienen esa visión, el gobierno es de ellos, y por lo tanto buscan tener el mayor grado de discrecionalidad posible en el manejo del presupuesto y en las decisiones, pero la ley termina acomodando las calabazas.
La ley pide el grado como condición para ser elegible en el cargo y eso no tiene vuelta de hoja
En su carta de renuncia, la hoy exsecretaria dice que su nombramiento fue legal y deja ver que su salida es una decisión personal que nada tiene que ver con el señalamiento. Lo cierto es que la falta de título es razón suficiente para que Fela nunca hubiese sido secretaria, independientemente de sus cualidades o defectos. Lo que no podemos olvidar es que el nombramiento y la estructura de la secretaría fueron cuestionados desde el principio de la administración de Alfaro. De hecho, los hoy famosos y cotidianos videorregaños se inauguraron tras las protestas de los colectivos feministas por la desaparición del Instituto de las Mujeres y la creación de una secretaría que pretendía ser de todo, reduciendo la agenda de las mujeres a una entre otras. El diálogo con los grupos que trabajan en la agenda de equidad de género nunca terminó de restablecerse y la secretaría, aunque es demasiado pronto para evaluar sus resultados, generó mucho descontento.
Bien por la decisión de atajar el problema de manera expedita y evitar el desgaste innecesario de la secretaría y del gobierno. Ojalá la coyuntura sirva para que, ahora sí, el gobierno escuche.
(diego.petersen@informador.com.mx)