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Diez años sin Robert Enke

Un día como hoy, hace 10 años, Robert Enke se quitó la vida en las vías del tren. El guardameta alemán de 32 años, titular del Hannover y la Selección de su país, sufría una fuerte depresión de la cual nadie tenía conocimiento, a excepción de su familia y amigos cercanos. Su muerte conmocionó al país y generó multitudinarios homenajes y despedidas, pero sobretodo, hizo conciencia sobre la importancia de reconocer y tratar esta enfermedad mental.

Robert Enke logró convertirse en uno de los referentes en su país en la posición donde los errores se magnifican más y donde el temperamento debe ser más fuerte para superar la presión. Estas exigencias, de cara al público, parecían ser superadas por el jugador, pero en privado se auto inculpaba con demasiada severidad, se sentía más vulnerable y angustiado, y se quedaba días encerrado sin salir de casa, entre los primeros síntomas depresivos. “La vida produce ansiedad”, llegó a anotar en uno de sus cuadernos personales.

Su talento lo llevó a jugar en el Benfica y posteriormente al Barcelona, donde fue contratado en 2002, pero verse relegado a la suplencia por el entonces inexperto canterano Víctor Valdés y un partido de Copa del Rey donde cometió errores y su club fue eliminado por un equipo de Tercera División, lo llevaron a perder confianza en sí mismo. La presión del arco culé, donde tantos habían pasado y fracasado tras la salida de Andoni Zubizarreta en 1994, necesitaba a un guardameta con la fortaleza mental que no pudo ofrecer Robert Enke. Un año después, firmó por el Fenerbahce y en las fotos de su presentación se veía a una persona claramente asustada y con pánico. Huyó del club turco luego de tres semanas y paró durante seis meses para tratarse de la depresión.

Logró salir adelante, y luego de recobrar el gusto por el futbol con el Tenerife de la Segunda División, regresó a su país, donde brindó los mejores años de su carrera con el Hannover. Sin embargo, la vida le deparó un duro golpe. Su hija Lara murió en 2006 apenas a los dos años de edad, luego de ser operada cuatro veces por una malformación congénita.

A pesar de este momento difícil, la vida profesional de Robert Enke marchaba muy bien. Tres años después, era titular con la Selección alemana y jugaría el Mundial de Sudáfrica en 2010. Pero los síntomas depresivos habían vuelto a su vida con mayor fuerza. “Si pudieras entrar en mi mente solo por media hora, entenderías porque me estoy volviendo loco”, le dijo a su esposa Teresa. Ambos habían adoptado a una niña, Laila, pero Enke temía que, si revelaba su depresión, le quitaran la custodia. También temía que, si reconocía su enfermedad y dejaba el balompié por un momento para atenderse, no pudiera jugar la Copa del Mundo y no encontrara algún equipo donde seguir jugando. Estuvo a punto de reconocerse enfermo, pero se retractó. Decidió continuar. Ya había tomado la decisión de quitarse la vida.

El 7 de noviembre, jugó su último partido contra el Hamburgo en la Bundesliga alemana, y tres días después, comunicó que se iba a entrenar. Manejó unos kilómetros a las afueras de Hannover, a un pueblo llamado Himmelreich (Reino del Cielo) cerca del panteón donde enterró a su hija Lara, y en el atardecer, se reencontró con ella en la otra vida.

El padre de Robert Enke, terapeuta, le recordaba con frecuencia a su hijo que lo verdaderamente importante de la vida era la felicidad y no vivir con miedo. Lamentablemente, la depresión es un problema mucho más intricado, donde no basta con echarle ganas para salir adelante, sino una reconstrucción pautada y disciplinada de la propia personalidad.

La Organización Mundial de la Salud estima que 300 millones de personas sufren de este trastorno en todo el planeta, y es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años de edad.

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