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Sheinbaum; abrazo al militarismo

Resulta sorprendente, por decir lo menos, la facilidad y la velocidad con a que Claudia Sheinbaum renunció a tener una Policía Nacional civil. La mujer que presume haberse enfrentado al autoritarismo, la impulsora de las causas democráticas, la misma que en cada debate nos presumió -y ofreció- el modelo de seguridad de la Ciudad de México, con una policía civil fuerte, mucha tecnología y mucha inteligencia, renunció a sus convicciones antes de que cantara el gallo.

Si es una decisión impuesta por el presidente saliente es muy grave; si cambió de opinión y los ciudadanos no le merecemos ni siquiera una explicación, también. Lo cierto es que Claudia Sheinbaum dio un paso hacia el militarismo que traerá enormes consecuencias para el país, particularmente en materia de derechos humanos. 

Porque no pudieron o porque no quisieron; por ineptos o por perversos, lo cierto es que los personajes del gobierno que va de salida, desde Alfonso Durazo hasta el presidente López Obrador pasando por Rosa Icela Rodríguez, fueron incapaces de crear una policía civil como lo prometieron hace seis años cuando tomaron el poder. Al no ser capaces de formar un solo policía civil se pusieron, y nos pusieron, en manos del Ejército que hoy nos restriega sus condiciones: nosotros o la nada.

La Guardia Nacional nunca será una policía porque son militares mandados por militares. Su lógica no es de contención ni de investigación, es de choque. Para eso están entrenados. Por eso la orden que reciben es de evitar enfrentamientos, porque ellos mismos saben que su acción es letal. La apuesta de la disuasión no funcionó y la mejor muestra de ello es que la violencia sigue al alza. A los creyentes del obradorismo les gusta autoengañarse cada mes con las gráficas de la Secretaría de Seguridad, pero si sumamos homicidios más desaparecidos estamos en el punto más alto de la violencia letal, por encima de cualquier otro periodo de la historia.

Lo más delicado de poner la seguridad en manos del Ejército es la renuncia a un sistema de controles y contrapesos que eviten los abusos de poder. Con López Obrador no se acabaron los abusos, como presume, lo que se aniquiló fue el sistema de denuncia, desmantelando a la Comisión Nacional de Derechos Humanos poniendo al frente a la más abyecta de sus seguidoras y atacando frontalmente a los organismos civiles de defensa, como el Centro Pro. En manos de la institución más opaca y que más viola los derechos humanos hemos puesto la seguridad pública, y quien se dice hija ideológica del 68 lo celebra.

Sheinbaum ha dado algunas buenas señales en el nombramiento de su gabinete; abrazar el militarismo es, por el contrario, un pésimo augurio.

diego.petersen@informador.com.mx

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