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Quemar la escalera, una irresponsabilidad

Una vez arriba hay que quemar la escalera, para que nadie más pueda subir por ella. Eso es metafóricamente lo que está haciendo López Obrador con las instituciones electorales. Si tenemos un Instituto Electoral tan robusto, incluso obeso, un Tribunal lleno de contradicción de tesis y tantas restricciones al Gobierno en turno, fue porque la oposición -particularmente la izquierda en las últimas dos décadas- se empeñó en construir una escalera sólida, hiper vigilada y por la que no hubiera posibilidad de brincarse escalón alguno. Hoy el proyecto político que llegó desde la izquierda, aunque poco o nada le quede de izquierda, está decidido a dinamitar la escalera. El Presidente no quiere que nadie llegue a la cima por los mismos peldaños que él ayudó a construir.

La reforma electoral es por donde se vea regresiva. Hay que salir de la trampa de si el INE está coartado por conservadores o si se trata de una institución neoliberal. Ese es rollo mañanero para hacer enojar a unos y poner a aplaudir como focas a los otros. El problema de fondo está en que desmantelar a la institución electoral hará que la sospecha regrese a las elecciones. Eso es un retroceso y una fuente de violación de derechos políticos e ingobernabilidad, dos cosas que ya vivimos y creíamos superadas (moraleja: ninguna conquista es para siempre)

En todas las peroratas mañaneras el Presidente no ha sido capaz de mostrar un argumento sólido en contra del sistema electoral. Su discurso se ha centrado en la descalificación de los funcionarios, actuales y anteriores, en anécdotas, la mayoría de ellas con datos de la leyenda urbana del martirologio -como que la empresa Hildebrando contó los votos en 2006- y en el falso argumento del costo de la democracia, un gasto ciertamente excesivo derivado de las funciones que se le añadieron al Instituto en respuesta a las quejas -muy válidas- de López Obrador por la injerencia de terceros en las campañas políticas.

De todas las reformas de López Obrador esta es la más cuestionada y cuestionable y también la que puede bajarlo de los aspirados y suspirados altares de la Patria en los que ya se vio. La regresión democrática, más allá de los riesgos que tiene para el país, será a la postre un lastre para el propio movimiento obradorista. El Presidente está reconstruyendo el régimen priista de hace 50 años, con todo y partidos paleros (antes el PPS y el PARM, ahora PT, Verde y PES) con una diferencia: hoy las clases medias urbanas se activan con mucha mayor velocidad. A la primera elección cuestionada, el país será un hervidero. 

Más allá de cuestiones ideológicas, desmantelar al INE es una irresponsabilidad. 

diego.petersen@informador.com.mx

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