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Presupuesto: ¿dónde quedó la bolita?

No puedo estar en contra de lo que diga el gobernador porque me quedo sin chamba, dijo una diputada naranja no sin algo de candidez (Nota: la candidez es prima hermana de la ingenuidad, por parte de madre, y de la irresponsabilidad, por parte de padre). Con lo de tragar no se juega, diría mi amiga Ronsa, y los diputados lo saben. 

Uno de los grandes debates en la política es la independencia de criterio de los diputados que llegan al poder por un partido político. Lo que se espera de ellos, también ingenuamente, es que voten en conciencia, es decir que tengan criterio propio y que cada voto esté razonado en función del beneficio de los ciudadanos del distrito específico que representan. En nuestro país eso nunca sucede, ni en la Cámara de Diputados ni en los Congresos locales. De hecho, son pocas las democracias donde los diputados tienen cierta autonomía y es en aquellas donde la carrera legislativa está vinculada a la reelección permanente. 

Los diputados tienen dos funciones primordiales: la primera es hacer y/o modificar leyes; la segunda es autorizar el presupuesto y vigilar el gasto. Si legislar se les da muy poco y en la mayoría de las ocasiones terminan elevando a norma una ocurrencia, en lo referente a presupuestación y vigilancia del gasto son prácticamente nulos: la gran mayoría de los diputados no le entienden y los principales interesados y agradecidos de que así sea son el presidente y los gobernadores.

Que los diputados del partido gobernante voten a ciegas las propuestas del Poder Ejecutivo es patético, pero hasta cierto punto comprensible: su futuro político depende en gran medida de la voluntad del poderoso en turno, como el caso de la diputada arriba citada. Que diputados de otros partidos lo hagan, muy particularmente el Verde en el caso federal, y del PAN y Morena en Jalisco, es un asunto que raya en la corrupción. Los acuerdos presupuestales son lo más opaco y poco transparente de la política. Los famosos “moches” no fueron otra cosa que un negocio de diputados que desde las comisiones de presupuestación negociaban partidas para los municipios y cobraban un porcentaje, una mordida para decirlo más claro, por autorizarlo. Hoy los acuerdos no son directamente con los diputados sino a través de los partidos y sus líderes en las cámaras, pero los arreglos siguen siendo igual de opacos y seguramente no menos corruptos.

Observar y vigilar el proceso de elaboración y aprobación de los presupuestos es uno de los grandes déficits que tenemos como sociedad civil. Hemos dejado que el destino de nuestro dinero se decida de manera opaca y en nuestras narices, como en el juego de dónde quedó la bolita.

diego.petersen@informador.com.mx

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