Ideas

Pobreza franciscana o eficiencia nórdica

Cuentan que el Papa Juan XXIII murió con tres grandes dudas: dónde habían quedado la castidad de las monjas, la obediencia de los jesuitas y la pobreza de los franciscanos. La duda del Papa Roncalli sigue vigente, como también es una incógnita la idea que tiene el presidente López Obrador sobre la austeridad, pues un adulto con el nivel de vida que tiene él y que presume no tener tarjeta de crédito ni chequera no es un fraticelli, sino un comodino acostumbrado a que otros se hagan cargo del dinero. 

El presidente quiere más. Más austeridad, más ahorro y dinero para los pobres. Y tienen razón, si queda algún funcionario que gaste de más, si existe un lujo mayor o un dispendio en la administración pública hay que eliminarlo. Aunque se suponía que eso ya no pasaba, que eso era cosa del pasado corrupto, de los perversos neoliberales.

La austeridad republicana que pregona el gobierno lopezobradorista es excelente en el discurso, pero tiene problemas graves en el diagnóstico y en la aplicación. Con los recortes que ordenó el presidente las instituciones se volvieron inoperantes. Todas, invariablemente, se quejan de lo mismo: no hay dinero para las cosas básicas. No hablamos de lujos excéntricos como café o papel del baño, sino de insumos como medicinas en los hospitales, viáticos o gasolina para prestar servicios o realizar inspecciones o dar mantenimientos básicos. El diagnóstico fue equivocado, esto es que el problema no era la falta de control del gasto sino el exceso de personal. La forma de operar la austeridad, aplicando los recortes a machetazos y no con bisturí, no quitó la grasa y sí daño el músculo de las instituciones.

La pobreza franciscana no resolverá el tema de fondo: la ineficiencia burocrática. En todo el mundo el problema es más o menos el mismo: una burocracia que tiene un instinto básico de auto reproducción. Los países que han logrado tener una mejor burocracia, esto es una mejor relación en el costo/beneficio en los servicios a los ciudadanos, son los que han logrado una profesionalización del sector público, con un servicio civil de carrera y vigilancia y contrapesos ciudadanos a las instituciones gubernamentales. Ninguno es perfecto, por supuesto, y nadie lo logró en seis años, han sido procesos largos y permanentemente actualizados.

Lo que requiere el Estado mexicano no es pobreza franciscana sino eficiencia nórdica. No es recortar el gasto, sino que éste se aplique correctamente, que la obsesión esté en la calidad del servicio y no en la vigilancia de los funcionarios. Cuando el combate a la corrupción se confunde con control, que es lo que ha sucedido no solo en el gobierno de López Obrador sino también con Fox y Calderón, el resultado es la parálisis.

La pobreza franciscana, si es que existe, nada tiene que ver con la eficiencia.

diego.petersen@informador.com.mx
 

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