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Mezquindad

En tono sospechosista, el gobernador Enrique Alfaro dijo que investigarán a fondo para esclarecer los hechos del caso de Jaime Barrera porque, cito, “evidentemente no fue un secuestro; no hubo petición de rescate. No fue un robo; no se robaron nada. No fue un intento de homicidio; fue otra cosa”. Por la manera de plantearlo quiere sembrar la duda sobre la veracidad del relato del periodista. Inmediatamente después de sus declaraciones, un alud de comentarios en redes sociales, particularmente en Twitter, buscaron desacreditar a Jaime y a su hija Itzul, hoy candidata de Morena. Las “narrativas” no nacen, se hacen.

Es evidente que no fue un secuestro, ni un robo, y para bien de todos, tampoco un intento de homicidio. Fue lo que conocemos como un “levantón”: alguien, que no sabemos quién es, se llevó al periodista por la fuerza para amedrentarlo y lo liberó 40 horas después. Saber con precisión no sólo qué pasó, sino quiénes son los responsables; establecer los posibles delitos y detener a quienes los hayan cometido es la función del Estado, en particular de la Fiscalía. Explicar por qué hay gente con armas largas circulando con absoluta impunidad por las calles de la ciudad y por qué no funciona el sistema de video vigilancia C5, le toca al Poder Ejecutivo, particularmente a la Secretaría de Seguridad. Para no dar cuenta de su trabajo, prefieren la revictimización, que no es otra cosa que un abuso de poder.

Hay una espantosa coincidencia entre la reacción de Alfaro en el caso Barrera con la de López Obrador en el atentado contra Ciro Gómez Leyva.

El Presidente dijo en aquellos días que no dudaba que se tratara de un “autoatentado” para dañar a su Gobierno. Ambos personajes tienen algo en común: son profundamente egocéntricos, creen que el mundo -que en realidad es su mundo- gira alrededor de ellos y, por lo mismo, son intolerantes a la crítica y sumamente mezquinos con las víctimas. No sólo con los periodistas sino con las víctimas en general. Son incapaces de solidarizarse, de ser empáticos con el dolor ajeno, sea el de las madres buscadoras, el de los desplazados por el crimen organizado o el de las mujeres que han sufrido violencia de género. En ambos casos, el de Ciro y el de Jaime, la narrativa del autoatentado y la del falso levantón se desplegó al son que marcaron los mandatarios, gran parte de ellos desde cuentas creadas para eso que llaman “trolear”.

Por supuesto que todos queremos entender qué pasó en el caso de Jaime Barrera, como en el de Ciro Gómez Leyva y en el de una treintena de periodistas y siete decenas de activistas más asesinados durante el sexenio de López Obrador. También queremos saber dónde están los miles de desaparecidos en Jalisco en los últimos cinco años y quienes son los responsables de ello. 

Lo que queremos de nuestros gobernantes, en este caso concreto de Enrique Alfaro, son resultados, no especulaciones y, sobre todo que sea empático con las víctimas, que sea capaz de ver más allá de su ombligo y su mezquindad.

diego.petersen@informador.com.mx

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