Marcelo en la telaraña
Marcelo Ebrard ganó la batalla de las reglas. Logró casi todo lo que quería, eso que él llamó “piso parejo”: la renuncia de los candidatos a sus puestos, amarrarle las manos a los gobernadores y encuestas espejo. No logró que hubiera debates, pero, por lo demás, pareciera ser el ganador de esta ronda. La pregunta es si eso hay que leerlo como un gran triunfo del secretario de Relaciones Exteriores o se trata sólo de una derrota digna de esas que tanto nos gustan en la historia nacional.
El Consejo Nacional de Morena hizo todo lo que el Presidente López Obrador le pidió que hiciera: obedeció al pie de la letra lo que el señor dictó desde la Mañanera. No le cambiaron ni una coma, como ya es costumbre en este sexenio. La encuesta definitoria se realizará justo durante la campaña de difusión del V Informe de Gobierno del Presidente (entre el 28 de agosto y el 3 de septiembre) y el Partido Morena tendrá candidato el próximo 6 de septiembre, 10 meses antes de la elección presidencial.
Como buen político que es, a López Obrador le gusta engañar con la verdad. La pregunta es si estas reglas aparentemente favorables a Ebrard son para darle vuelo al canciller, para que pueda alcanzar o incluso rebasar a Sheinbaum o si se trata de quitarle Ebrard cualquier excusa o argumentos para apelar.
El Presidente soltó a las caballos a correr sabiendo que Marcelo es más rápido que Claudia. Tiene dos meses y medio para alcanzar a la jefa de Gobierno, pero el primer día de contienda arrancó en reversa: haber invitado a Pío López Obrador a presentar su libro en Chiapas es un error garrafal. Marcelo se comió la manzana envenenada; por quedar bien con el Presidente se ganó era abucheo de la redes el día de la convención de su partido.
Nadie tiene dudas de que sólo hay dos precandidatos de Morena que podrían ganar una encuesta: Marcelo y Claudia. Los otros, Adán Augusto y Ricardo Monreal van por los premios tres y cuatro de la tómbola de la kermese política que arropó el Presidente y que no son para nada menores: la coordinación de la Cámara de Diputados y una secretaría de Estado, en ese orden. Al definir los “premios” de los perdedores el Presidente no sólo amarra al sucesor en esta especie de perverso maximato reloaded, sino que le quita a Ebrard cualquier posibilidad de inmolarse. Por supuesto que Ebrard puede ganar. Lo que ya no puede es irse. Si pierde y busca espacio en otro partido saldrá como el gran traidor, no como víctima de un proceso antidemocrático.
El Presidente tendió su telaraña y el todavía hoy canciller pareciera ir directo y feliz a la red de finos hilos de tejidos entre un sexenio y otro.
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