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Manzanillo y el territorio en llamas

La tierra caliente de Michoacán, todo el estado de Colima y la sierra del Tigre en Jalisco son hoy territorio en llamas. Son ya varias semanas y muchos hechos violentos concatenados. Esta zona del país lleva muchos años con problemas de seguridad, pero en lo que va de este año literalmente se prendió el cerro. Para citar a un clásico, se desataron los demonios. 

Cada evento tiene su explicación particular. Para los gobiernos de todos los colores durante las últimas décadas la historia siempre en la misma: el enfrentamiento entre cárteles y grupos delincuenciales. La narrativa es la misma, solo cambia el lugar y el nombre con el que designan a los malos de uno y otro bando. Los muertos son anónimos que a lo mucho merecen ser reconocidos por un apodo. Sin embargo, la explicación de fondo podría estar más vinculada a una noticia a la cual no se le dio la dimensión que tiene: el acorralamiento y posterior detención la detención de Miguel Jarquín Jarquín, presunto operador de Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en el puerto de Manzanillo.

La única diferencia podría estar en que ahora el control de Manzanillo, al menos en teoría, lo tiene la Secretaría de Marina y eso podría evitar que exista un nuevo grupo de control

Manzanillo es desde hace años un punto nodal para el crimen organizado. Desde que a principios de este siglo las drogas a base de metanfetamina inundaron el mercado internacional los puertos del Pacífico se convirtieron en la puerta de entrada de los precursores prevenientes de Asia para ser procesados y renviados ya como producto terminado primero a Estados Unidos y después a todo el mundo. Manzanillo se convirtió así no solo en un punto de entrada para el crimen organizado, también de salida: por ahí salen drogas y autos robados.

Durante muchos años el control del puerto lo tuvo el Cártel de Sinaloa a través de “Nacho” Coronel. Su muerte, tras un intento de captura por parte de las fuerzas armadas en 2010, desató la batalla por el control de la zona Occidente, particularmente del puerto y las rutas de acceso. Jalisco y Colima viven desde entonces una intensa descomposición de la seguridad. 

Todo reacomodo del crimen organizado genera violencia. Las etapas de relativa tranquilidad que hemos vivido en esta zona del país tienen más que ver con lo que conocemos como pax narca que con políticas públicas de seguridad. La caída de Jarquín augura más enfrentamientos y más violencia. La única diferencia podría estar en que ahora el control de Manzanillo, al menos en teoría, lo tiene la Secretaría de Marina y eso podría evitar que exista un nuevo grupo de control. La duda es qué sucederá primero, el debilitamiento del crimen organizado por el estrangulamiento del negocio o la corrupción de las nuevas autoridades portuarias. 

diego.petersen@informador.com.mx

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