Los ricos verdaderamente ricos y la 4T
El presidente lo tiene muy claro, los ricos, los ricos verdaderamente ricos, las grandes fortunas de este país, comen de su mano. Por una sencilla razón: él los hizo más ricos. La tabla que mostró el presidente ayer en la Mañanera es obscena, casi pornográfica: la fortuna de Carlos Slim creció 52.2 por ciento en el sexenio de López Obrador; fue uno de los contratistas consentidos. La de Germán Larrea 61.2 por ciento, incluyendo la compra de un derecho de vía que se supone que era nuestro. Ricardo Salinas Pliego, el mismo que debe impuestos, fue el beneficiado con la asignación directa de las tarjetas Bienestar cuando todavía era amigo del presidente; los Hank, descendientes del prototipo de la corrupción, del creador de la frase “un político pobre es un pobre político”, ellos duplicaron su fortuna en los seis años de López Obrador y fueron grandes beneficiarios de compra de seguros para el gobierno federal por asignación directa, y constructores de obra pública en el sureste del país y para la CFE.
Dice el presidente que le gustaría oír la opinión de estos personajes y no la del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios sobre la sobrerrepresentación en el Congreso. No quedó claro si su opinión le interesa como ciudadanos, cuyo valor es idéntico al de cualquier otro grupo de mexicanos; si le interesa su opinión como inversionistas, es decir como grandes capitales capaces de hacer tambalear los mercados financieros, o como beneficiarios mayores y directos de la llamada 4T.
Si de algo podemos estar seguros es que a los grandes capitales les importa su futuro, y el futuro del país solo en la medida que comprometa el propio. En el derrumbe de la república de Weimar, cuando el gobierno de Hitler acabó con la vida democrática y las instituciones de ese país, sus cómplices fueron los grandes empresarios de la Alemania de entreguerras. Ahí, en el Reichstag, aplaudiendo las decisiones del futuro dictador estaba los dueños de Opel, Krupp, Siemens, Bayer, Telefunken, Agfa, Varta. No tuvieron inconveniente en cerrar el parlamento, ni en invadir Austria. Los grandes capitales iban en el mismo barco y el futuro de su riqueza estaba asegurada (la historia la narra maravillosamente bien Érik Vuillard en la novela histórica “Orden del día”, editorial Tusquets, 2018). Todas las empresas sobrevivieron al fascismo.
El presidente que acuñó el lema de “por el bien de todos primero los pobres” tiene claro que los grandes capitales de este país están antes que todos, porque ellos representan poder. Entre poderosos no se leen las manos. El mensaje está claro: hoy los empresarios que importan están con él. Los mercados irán hablando cuando avancen las decisiones; los ricos verdaderamente ricos tienen sus propias vías de comunicación.
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