Los Gritos silenciados
Hoy, mientras en la Ciudad de México el Grito de Independencia se anuncia con grandes bailongos, verbenas populares e invitados de lujo al Palacio Nacional (extraña visión de esta “izquierda” que hace de la institución social más conservadora, el derecho de sangre, una virtud e invita a la hija del Che, el nieto Martin Luther King y las familiares de Nelson Mandela no por lo que han hecho sino por su parentesco con los famosos) otros municipios anuncian la cancelación de cualquier actividad por falta de condiciones de seguridad, como en Mazamitla o no tendrán Grito porque ni siquiera tienen posibilidad de elegir un alcalde, como Jilotlán de los Dolores.
Existen dos tipos de Gritos en México: el de las autoridades, que desde sus Palacios pregonan sus logros y alardean sus grandes transformaciones, y los otros, los Gritos silenciados: el de desesperación de los familiares de los miles de desaparecidos que esperan noticias que las autoridades no les darán; el del dolor de quienes han sido víctimas directas o indirectas de la violencia; el del miedo de los que habitan en comunidades controladas por el crimen organizado ante la indiferencia de los gobernantes; el Grito de “ya basta” de las mujeres violentadas.
Hay que escuchar también los Gritos silenciados de aquellos a los que la Patria ha sido incapaz de proteger como la madre que decimos que es: el de aquellos a quienes las instituciones de justicia, de salud o de educación no han sido capaces de darles la más mínima atención; el de los marginados del sistema y el de los que “no caben” en el territorio y tienen que migrar en busca de las oportunidades que no tienen aquí.
El Grito de Independencia fue el inicio de la formación del país. Lo que hoy conocemos como México con su territorio, su cultura y su gente, nació simbólicamente de ese Grito, de ese llamado a la libertad y la independencia de Miguel Hidalgo. El ritual del 15 de septiembre tiene como función recordarnos que en medio de nuestras enormes diferencias somos uno. Pero no uno con o por el Gobierno en turno, sino uno con todos los mexicanos y sus problemas, uno en la enorme diversidad de culturas, ideologías, formas de pensar y entender al país.
Huyamos de la trampa de conmigo o contra mí, nosotros y los otros, buenos y malos, liberales y conservadores, chairos y fifís y cualquier otra simplificación que estigmatice. El país no es lo que pasa en los Palacios ni el patrioterismo de un solo día.
diego.petersen@informador.com.mx