Generales, lujo y poder
Al secretario de la Defensa le gusta más el Juárez del billete de 500 que el Juárez del billete de 20. La imagen es parecida: un presidente bien peinado, vistiendo el traje de época, corbata de moño, la mirada puesta en el futuro y el rostro adusto que nos dice que no hay nada de qué reír. Pero no es lo mismo la austeridad republicana con un billete que alcanza para medio kilo de huevo que con el otro que compra media botella de güisqui Etiqueta Negra.
La austeridad es parte esencial del discurso de López Obrador, y qué bien: al país le urgía bajar a la clase política de la nube en que andaba, sobre todo porque esas andanzas las andaban con nuestro dinero. El problema es que el poder y el lujo son hermanos inseparables. Para que el poder exista tiene que ser mostrado, puesto en escena, actualizado, dicen los estudiosos. El Presidente renunció al “lujo” de Los Pinos, pero se fue a vivir a Palacio Nacional, donde vive en medio de un derroche de lujos decimonónicos que hacen ver y sentir que ahí reside el poder. Los capos del crimen organizado necesitan mostrar su poder a través de los autos de lujo, los empresarios en los guaruras, los funcionarios en los puros que fuman o los vinos que toman. Algunas veces el lujo es simplemente romper la regla: el obispo que llega tarde porque sabe que lo esperan (la misa comienza cuando llego, dijo uno de ellos) el diputado que se estaciona en la banqueta porque él no es como los demás. Las zonas VIP en los eventos tienen como única función distinguir quién de entre los presentes tiene más poder que otros, aunque los que asistan sean unos enanos del poder porque, otra vez, para que el poder exista tiene que ser visible.
Luis Crescencio Sandoval es el secretario de la Defensa más empoderado desde que los militares dejaron la Presidencia en 1946. Y ese poder tiene que manifestarse, no sólo por él, sino por la institución. Para que los militares vivan bien, él tienen que vivir muy bien. Si el poder que les ha dado el Presidente López Obrador no cambia el nivel de vida de los oficiales de las Fuerzas Armadas, no sirve para nada.
Los lujos de los hijos del Presidente, de algunos secretarios, diputados, senadores y ahora del secretario de la Defensa muestran una vez más que al poder no hay que moralizarlo, hay que acotarlo. No basta predicar con el ejemplo, y menos cuando el ejemplo está lleno de contradicciones. Los sermones sobre la austeridad republicana de Juárez no tienen efecto alguno si no vienen acompañados de normas universales y sencillas de aplicar.
El problema para el Presidente es que, si le pasa estos lujos a su secretario, la austeridad habrá muerto por la vía de los hechos. Si pasa la factura no será Luis Crescencio quien proteste por la afectación, sino todos los oficiales hoy empoderados.
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