Ideas

Transparencia y nueva cultura del agua

El Gobierno de la Ciudad de México ha hecho hasta lo imposible por ocultar qué fue lo que paso en la contaminación del pozo que surte a la Alcaldía Benito Juárez. Su argumento, no por pueril menos perverso, es que dar a conocer esos datos entorpece la investigación, una investigación que a estas alturas no sabemos si es inexistente o solo incompetente, pues llevan meses sin poder dar una explicación coherente sobre lo que sucedió en un pozo de agua administrado y custodiado por ellos. 

En Guadalajara, el Siapa se negó a participar en un ejercicio de transparencia para que semana con semana los habitantes de la ciudad supiéramos con certeza la calidad del agua que está llegando a nuestras casas, un dato fundamental que no solo tenemos derecho a saber, sino que es obligación de la autoridad informarlo. Lo que pase de la toma para adentro -la limpieza de los aljibes y tinacos- es nuestra responsabilidad.

Los habitantes de las márgenes de ríos y lagos, como es el caso de quienes viven en las orillas del río Santiago o en San Pedro Itzicán en el Lago de Chapala, no tienen acceso a conocer la calidad de los cuerpos de agua con los que conviven todos los días. Su salud depende de la relación con el agua y el gobierno tiene esos datos, sin embargo, han convertido esa información vital en clasificada o de difícil acceso.

La tan cacareada nueva cultura del agua está atravesada necesariamente por la transparencia y el acceso a la información pública. Cuando la virtual presidenta electa habla de nuevos paradigmas en medios ambiente y al mismo tiempo pretende eliminar al Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI) hay en ello una contradicción básica. Hay que modificar todo lo necesario al INAI para hacerlo más eficiente, pero desaparecerlo solo abona la cultura de la opacidad. Si el virtual gobernador electo de Jalisco, Pablo Lemus, quiere impulsar un cambio de la cultura del agua en el estado en la que todos los usuarios seamos corresponsables, necesitamos información. Si un ciudadano sabe que el agua que llega a su casa tiene calidad para beberse, va a dejar de comprar garrafones y, sobre todo, le va a dar valor, y si no es así, tendrá elementos para exigir que se cumpla con los parámetros de calidad. Si un industrial sabe que la calidad del agua del rio se mide todos los días y que si tira desechos al cauce éstos serán rastreables no solo por las autoridades sino por todos sus vecinos, se la va a pensar un poco más en contaminar. 

Una nueva cultura, y por tanto, una nueva gobernanza del agua pasa por empoderar a los usuarios, no a los funcionarios.

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