Todas las vidas importan
Al poder no le gusta que le recuerden que es el responsable de la seguridad. El Presidente dice que la iglesia es hipócrita, que nunca habían sido críticos con otros gobiernos. Los gobernadores sacan el golpe cada vez que pueden y son capaces de “normalizar” un ataque a un periodista diciendo que se trata de delincuencia común. El desmemoriado es el Presidente, que cree que el mundo comenzó hace cuatro años cuando él ganó las elecciones y llegó al poder, pero ese es otro tema.
Es cierto; el día que mataron a los dos jesuitas, Javier Campos y Joaquín Mora, en la sierra tarahumara, asesinaron en este país a más o menos 90 personas más y hay otros cinco sacerdotes asesinados en el sexenio de López Obrador. El día que apuñalaron a la periodista de radio UdeG en Puerto Vallarta, Susana Carreño, otras diez personas en promedio también fueron víctimas de robo de auto con violencia. Algunas no vivieron para contarlo y ni siquiera nos enteramos; pasaron a ser parte de la estadística, esa que los gobiernos federal y estatales combaten con furor matutino. Unos días antes, en Ciudad Victoria, Tamaulipas, fue asesinado el periodista Antonio de la Cruz, el decimosegundo en lo que va del año. Sí, dos cada mes, uno por quincena. A esto se suman al menos cuatro activistas defensores de derechos humanos asesinados en 2022 y 21 más el año pasado.
Ni los periodistas ni los jesuitas ni los defensores de derechos humanos son más que el resto. Todas las vidas importan. Cada uno de los 80 asesinados y 50 desaparecidos del día duelen, no en abstracto, sino a personas y familias concretas en territorios específicos. Pero los ataques contra sacerdotes, defensores de derechos humanos y periodistas además de doler a sus familias y generar incertidumbre y miedo en sus lugares de trabajo atentan también contra algo que nos es común: la libertad de expresión y la libertad de conciencia.
Lo que nuestros gobernantes parecen no entender es que la prensa, las iglesias y los grupos de defensa de derechos humanos no somos enemigos de ningún gobierno, somos simple y llanamente expresiones de la sociedad civil en su batalla cotidiana por la preservación de las libertades. Que, más allá de sí a un presidente o a un gobernador le parece correcta o no la actuación de ciertos medios, las causas que defienden los luchadores sociales o la opinión de algunos ministros de culto, lo que representan como conjunto es una sociedad viva que exige a sus gobernantes a lo que tiene derecho: a vivir en paz.
Porque todas las vidas importan, todas las libertades se defienden.
Diego Petersen Farah
diego.petersen@informador.com.mx