Raúl el incansable
La muerte resemantiza. Todo se reinterpreta y cambia el sentido. La partida de Raúl Padilla sacudió a la política jalisciense y a la política cultural del país. No hay exageración si decimos que es el político más poderoso de Jalisco en los últimos cincuenta años y el promotor cultural más importante de México en este mismo periodo. Nunca fue gobernador ni secretario de Estado; nunca ocupó un cargo más allá de la rectoría de la Universidad de Guadalajara, salvo un periodo poco afortunado en el Congreso de Jalisco como diputado. Tenía una forma muy particular de entender el poder y de ejercerlo. Lo que construyó lo hizo desde la Universidad de Guadalajara, a la que transformó de una universidad porril a una con estabilidad académica y atisbos de excelencia. La controló, en todos los sentidos de la palabra, durante 35 años. Lo que deja es sin duda mejor de lo que recibió.
Cacique, factótum, hombre fuerte de la UdeG, líder moral, todo al mismo tiempo, el licenciado, como se le conocía coloquialmente en la Universidad, fue un político precoz (llegó a rector a los 36 años) que hizo del arrojo su gran virtud, que entendió que la fuerza política era su capacidad para desestabilizar al poder y su ganancia el saber negociar. No rehuía el conflicto político, por el contrario, muchas veces lo alentaba y su poder residía en resolverlo.
Su aporte a la Universidad es enorme, pero su gran legado es sin duda en el plano cultural. Guadalajara es otra culturalmente por el trabajo de Raúl en la Feria Internacional del Libro, en el Centro Cultural Universitario, por el apoyo al cine. Puso a Guadalajara en el mapa de literatura internacional y en el centro del debate político nacional. Cada año en la FIL se negocian el mayor número de títulos en español y se discute el país como en ningún otro foro. Siempre tenía nuevos proyectos para la ciudad que promovía en carpetas que entregaba a diestra y siniestra, algunos más disparatados que otros, pero siempre algo más, siempre hacia adelante.
Hace poco más de una década le pregunté a Raúl Padilla cómo imaginaba a la Universidad de Guadalajara sin él. No le gustó. No me contestó. Era una pregunta impertinente y provocadora en el contexto de una sucesión de rector en la que todos sabíamos que él tenía la última (o la única) palabra. La última vez que comimos, a finales del año pasado, más relajado que nunca y a propósito del conflicto con el gobernador Alfaro y el Presidente López Obrador, me dijo que si lo metían a la cárcel y él faltaba a la Universidad no le iba a pasar nada, pues el equilibrio de poder y los liderazgos dentro de la casa de estudios estaban en plena madurez. Él también.
Descanse en paz Raúl, el político y promotor incansable.
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Diego Petersen Farah