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Línea 4, deuda, obra y elecciones

No hay mejor inversión para una ciudad que el transporte público. Su impacto, directo e indirecto, en la calidad de vida de los habitantes de una urbe son enormes, es decir no sólo beneficia a los usuarios específicos de un derrotero, sino que mejora la vida del resto de los habitantes que se benefician con un menor congestionamiento vial y mejor calidad del aire, pero sobre todo, como hemos dicho en otras ocasiones, ganamos tiempo, el más escaso para los habitantes de una ciudad.

El arranque de una nueva línea de tren eléctrico debería ser, entonces, beneplácito puro. Qué mejor que una nueva inversión en otra línea de tren. Sin embargo, hay muchas dudas en torno a este proyecto, no sólo sobre su viabilidad, sino en la forma de financiarla. Porque al igual que los beneficios, que son para todos, los costos también lo serán y por lo mismo una obra de esta naturaleza merece mucho más atención y discusión social.

Las grandes virtudes de la obra son que atiende al olvidado sur de la ciudad y que va por el derrotero del antiguo ferrocarril, lo que asegura el derecho de vía. Estas virtudes no son argumento suficiente, es necesario hacer más estudios de origen y destino y sobre todo no dar por hecho que cualquier cosa es mejor que nada, que suele ser el argumento final cuando se cuestiona por qué ahí y por qué así.

Una línea de tren que no conecta con otra línea de tren no hace sistema. La L4 tal como se va a construir no conecta sino con las dos líneas de BRT, Peribús y Macrobús y moverá 106 mil pasajeros a lo largo de 21 kilómetros, esto es 5 mil 41 pasajeros por kilómetro, 36 por ciento menos de los que mueve el Macrobús. ¿Por qué no un BRT que costaría una tercera parte? ¿Los aforos ameritan un tren ligero?, ¿Se justifica un endeudamiento de ese tamaño? Porque no nos hagamos bolas, una asociación público-privada no es sino una forma distinta de deuda.

Si algo ha marcado el sexenio alfarista ha sido la contratación, en diversas modalidades, de deuda pública. No hay que satanizar el endeudamiento que es a fin de cuentas el mecanismo para adelantar el bienestar para cualquier persona, familia o sociedad. Lo que no podemos es no ver las implicaciones futuras y el uso político de la deuda. El endeudamiento en este gobierno ha estado invariablemente vinculada a momentos electorales. No vayamos muy lejos: la deuda adquirida para la emergencia por la pandemia no tuvo el impacto que se prometió en el proceso de reactivación económica. La razón fundamental es que no existían proyectos ejecutivos listos para realizarse. Lo que sí tuvo fue un impacto electoral. Ahora, previo a la elección del 2024 nuevamente arranca una obra sin que esté plenamente socializada y discutida, sin la conectividad con el resto del sistema de tren ligero y sin los proyectos ejecutivos terminados. ¿Cuál es la prisa?

Diego Petersen Farah

diego.petersen@informador.com.mx

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