La oscuridad del imperio
La bala que pasó zumbando y tocó apenas la oreja de Donald Trump fue a incrustarse en el corazón de la campaña demócrata. No hay manera, dicen analistas y expertos en campañas políticas, de competir contra la imagen de Trump ensangrentado con el puño en alto, la bandera de las barras y las estrellas ondeando al lado de su cabeza erguida a pesar del peligro, mientras tres agentes del servicio secreto, dos hombres y una mujer, intentan protegerlo. Los republicanos le deben a Evan Vucci, fotógrafo de la agencia Associated Press (AP), esta imagen triunfal que sintetizó el momento que vive la democracia estadounidense. Es demasiado pronto para enterrar a los demócratas, dirán algunos, pues en política todo es posible y hay sucesos que cambian las cosas de un día a otro, es cierto, más lo es que el atentado del sábado fue uno de esos momentos.
La democracia estadounidense, que cumplió hace unos días 248 años, es quizá la más violenta del planeta. Ningún otro país con tradición democrática tiene tantos atentados y asesinatos de presidentes: cuatro mandatarios asesinados y tres heridos (dos de ellos Roosevelt y ahora Trump, sin estar en funciones de presidente), todos en momentos de transición o crisis. El de Donald Trump se da en medio de unas elecciones que han evidenciado la decadencia de la clase política por el desmoronamiento de los dos partidos históricos tomados por clanes familiares incapaces de generar nuevos liderazgos y en el momento de mayor polarización y de odio más profundo en Estados Unidos desde la Guerra Civil (1861-1865), que terminó con el asesinato del presidente Abraham Lincoln.
Un Donald Trump más empoderado, una oposición demócrata debilitada, una sociedad dividida y en medio de un orden internacional -surgido después de la Segunda Guerra Mundial- en plena crisis no parecen ser un gran augurio para el futuro de la ya de por sí tambaleante paz y mucho menos para la relación bilateral entre México y Estados Unidos.
No obstante, hay que insistir, la política es cualquier cosa menos lineal. El atentado contra el ex presidente y candidato Donald Trump es un terrible signo de oscuridad de la democracia estadounidense, pero corremos el riesgo de sacar conclusiones cuando no tenemos claro de qué se trata. El peor error que podríamos cometer es tratar de interpretarlo solo a la luz del limitado campo de visión con el que contamos ahora. La sociedad estadounidense tiene enormes capacidades que contrastan con estas bestialidades.
La noche de la democracia estadounidense hoy parece eterna. Pero esa oscuridad que hace crecer a los fantasmas que nos horrorizan es también la hora de los panaderos, de los que preparan el alimento del día siguiente.