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Corrupción, ¿prevención o combate?

Contrario a lo que nos han vendido siempre, la corrupción no se combate, se previene. Perseguir a los corruptos, a los que ya hicieron fechorías, resulta costoso y poco eficiente en términos económicos; lo inteligente es evitarla. Políticamente, sin embargo, es muy atractivo y rentable hacer cruzadas contra los corruptos. Por eso a los políticos les encanta presumir los encarcelamientos y procesos judiciales.

Prevenir la corrupción es un asunto de sistema mientras que el combate es personalizado y, curiosamente, siempre cae en los del otro bando, en los gobiernos anteriores, nunca en los del mismo partido ni en los funcionarios del momento. No es casualidad, es política. El problema estriba en que pensemos que lo que hace López Obrador persiguiendo al hermano de Peña Nieto y no a su propio hermano es realmente un combate a la corrupción, o que lo que el súbito empeño del gobernador Alfaro de perseguir a funcionarios de la administración anterior tiene algo que ver con limpiar la administración.

Por supuesto que hay que perseguir los delitos de relacionados con la corrupción. Es una obligación del Estado, particularmente de las Fiscalías anticorrupción, pero es un error común confundir las batallas judiciales con las acciones efectivas. Dicho de otra manera, la corrupción no se va a terminar el día que metamos a todos los corruptos al bote sino cuando impidamos que los funcionarios puedan decidir a quién sí y a quién no se invita a un concurso de obra pública; cuando las compras de gobierno sean a través de sistemas de datos abiertos, transparentes y sin recomendaciones previas; cuando los permisos de obra se otorguen en función de un plan de desarrollo previamente acordado con vecinos y ciudadanos; cuando las concesiones sean producto de un análisis de costo beneficio para el país y no como pago de favores de campaña; cuando ningún regidor tenga facultades para reducir o condonar multas; cuando ningún empresario tenga información privilegiada; cuando las designaciones públicas no sean por cuotas y cuates sino por capacidades y concursos de oposición.

La lucha contra la corrupción no es una cuestión de superioridad moral, como plantea López Obrador, ni de vergüenza y palabra, como dice Alfaro, sino de acotar poderes y decisiones. La corrupción no se termina barriendo escaleras de arriba para abajo ni señalando con el dedo flamígero desde la mañanera, ni, por supuesto, subiendo video regaños del gobernador en redes sociales. La lucha contra la corrupción no es el show de la barandilla, sino un aburrido y metódico sistema de prevención.

diego.petersen@informador.com.mx
 

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