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Alfaro vs Padilla (capítulo VIII). La pelea de barrio

Cuando Enrique Alfaro decidió, hace doce años, que se convertiría en el enemigo público número uno de Raúl Padilla sabía perfectamente a lo que le tiraba: generar un discurso anti caciquil que le daba muchos positivos. El entonces alcalde de Tlajomulco parecía arrojado e independiente. Sobre todo, el pleito le permitió crecer y que lo viéramos en la misma categoría que su enemigo. Para eso sirve la construcción de la némesis, para trepar en la opinión pública.

Todo conflicto prolongado tiene rendimientos decrecientes, esto es, cada acción genera menos dividendos. Los videos de la semana pasada del gobernador poniendo primeras piedras de prepas sin la presencia del rector, Ricardo Villanueva, no le dio nada al Gobierno ni al gobernador, quedó en un lugar recóndito de la memoria y fue más motivo de cartones y memes que noticia.

Pareciera que por momentos a Enrique Alfaro se le olvida que él es el gobernador y que meterse en esos pleitos insulsos lo rebaja. Cuando era alcalde tenía todo el sentido del mundo pelear desde la periferia y confrontar el poder de Raúl Padilla. Hacerlo desde Casa Jalisco y con un discurso visceral no le genera capital político. Por el contrario, el fantasma crece; Padilla sigue ganando batallas imaginadas por el gobernador aún sin aparecer.

Nada cohesiona más al grupo de poder de la Universidad de Guadalajara que los ataques. El enemigo externo es el pegamento interno. Más temprano que tarde el gobernador, el actual o el que siga, tendrá que entregar los planteles de las prepas a este rector o al quien lo releve. A la Universidad no le va a pasar nada, salvo quizá la monserga y el gasto inútil de adaptar edificios que no fueron diseñados conforme a los requisitos que la casa de estudios requiere.

Pareciera, pues, que al Gobierno se le han acabado los temas. Que entre el problema de inseguridad que los desborda y la crisis de desaparecidos en el Estado la respuesta es llamar una vez más la atención sobre la UdeG. Si los ataques de Alfaro tuvieran algún efecto en la democratización interna de la Universidad sería, más allá de las formas, una batalla loable. Si sólo sirve para fortalecer al grupo de control y evidenciar las carencias del Gobierno, alguien no está pensando bien.

Alfaro, al igual que el Presidente, parece estar ya más concentrado en la sucesión que en el Gobierno. Lejos quedaron los discursos refundadores y del nuevo federalismo. El que se pensaba que era un político jalisciense para destacar en la liga nacional ha preferido las peleas de barrio, porque ahí se siente cómodo.

Diego Petersen Farah

diego.petersen@informador.com.mx

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