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Alfaro: #ConLasChivasNo

Una de las cuestiones del poder que me resultan más difíciles de entender es ese afán que tienen los políticos de que les reconozcamos por el tiempo y el esfuerzo que han dedicado a servirnos. Conozco a muchas mujeres y hombres con verdadera vocación de servicio, que se parten el alma por una causa, por mejorar la vida de otros y curiosamente jamás piden ser reconocidos. Los políticos, por el contrario, han dedicado su vida a satisfacer su insaciable hambre de poder y encima quieren que les aplaudamos. Ser reconocido por sus acciones es parte de la necesidad del poderoso. Los aplausos les recuerdan que ellos no son como los demás, y que el sacrificio a la vida privada (que sin duda es durísimo) valió la pena.

Todos los políticos tienen derecho a rehacer su vida después del ejercicio del poder. Algunos lo han hecho mucho mejor que otros. Curiosamente esa capacidad para reinsertarse en la vida pública y laboral de una manera distinta es inversamente proporcional al poder que detentaron. Los dos presidentes más vapuleados en el ejercicio de su función, Miguel de la Madrid y Ernesto Zedillo, han sido los mejores ex presidentes, quienes han llevado con más dignidad y calidad de vida su carácter de “ex”, entre otras cosas porque pueden andar por la calle sin recibir demasiadas mentadas de madre.

El gobernador Enrique Alfaro, que no se ve a sí mismo como alguien que abonó en la medida de sus posibilidades a hacer de Jalisco un Estado mejor que el que recibió, sino como un punto de quiebre en la historia, dice que ahora sueña con dirigir a las Chivas. Como aficionado del Rebaño Sagrado imagino esa posibilidad y todo es pesadilla. Les platico sólo tres escenas de mi mal sueño.

Uno. El día que es presentado como entrenador Alfaro promete refundar a las Chivas. Jugadores, cuerpo técnico y el mismísimo dueño del equipo le dicen que nadie quiere eso, que lo contrataron sólo para dirigir el equipo por un rato, pero el insiste en refundar, cambiar todo desde la raíz e incluso amenaza con una nueva acta constitutiva porque él representa una nueva era en el futbol, aunque su contrato sea sólo por unos años.

Dos. Imaginé al entrenador en informes mensuales dando cifras sobre pases completados, número de saques de banda, reducción de los fueras de lugar en que cayó el equipo, balones recuperados, todas esas cosas que “la prensa que quiere que la vaya mal a las Chivas” no ve y sólo se fijan en los goles en contra y la posición en la tabla.

Tres. Lo peor de la pesadilla llegó cuando se me apareció el flamante director técnico en un video regañando a la afición porque no somos capaces de ver la trascendencia de su obra. “Si un jugador del equipo contrario -dice el entrenador imaginado en un video con el escudo de Chivas a sus espaldas- toma el balón, burla a dos, hace una pared, se mete al área, le gana la posición al defensa, finta al portero y nos mete un gol: ¿Qué tiene que ver el entrenador con todo eso?”. El equipo está infiltrado, acusará.

Desperté sudando, con taquicardia y comencé mi primera campaña en redes sociales: #ConLasChivasNo.

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