Ideas

Estado y crimen organizado

Más allá de los usos políticos, que son normales y necesarios, el juicio a Genaro García Luna puso sobre la mesa un tema siempre evadido en los círculos de poder: el vínculo del crimen organizado con las agencias e instituciones del Estado mexicano. Nunca una bomba de este tamaño había caído tan cerca de un ex presidente de la República. Felipe Calderón pasará a la historia como el más cínico o el más ingenuo de los presidentes -más que Fox, que ya es decir- pero difícilmente alguien podrá sostener hoy que el balance en materia de seguridad en su periodo de Gobierno es positivo. 

El problema es que, si volteamos al antes y después de Calderón, la situación no es muy diferente. Salvo el discurso bravucón y el error histórico de haber bautizado como guerra al narco, el combate al crimen organizado en este país es y ha sido una simulación.

Primero desde la temible y corrupta Dirección Federal de Seguridad (ya desaparecida), luego desde el Ejército y la Procuraduría General de la República, los diferentes grupos de tráfico de droga y crimen organizado han tenido apoyo o complicidad del gobiernos en turno. Las sucesivas administraciones han tenido, en mayor o menor medida, la misma falaz idea de que el narcotráfico es un problema que hay que administrar. En esa lógica, el grupo histórico de Sinaloa termina siendo invariablemente es el “más confiable” y supuestamente el “menos violento”. Lo cierto es que históricamente ha tenido los mejores contactos y la mayor protección.

Llámese Zorrilla, Gutiérrez Rebollo, García Luna o Cienfuegos, cada sexenio hay un personaje que representa la corrupción y permisibilidad del Estado mexicano. Sin embargo, es un error tratar de entender la relación entre el Estado y el crimen organizado a partir de historias personales y no desde esas redes de complicidad que atraviesan los tres poderes y los tres niveles de Gobierno, con anclas muy profundas en la Fiscalía (antes Procuraduría), en las Fuerzas Armadas y en el Poder Judicial.

Meter a García Luna al bote en Nueva York es un mensaje para quienes desde el Estado mexicano apoyan el tráfico de drogas a Estados Unidos, pero los vecinos del Norte no harán la justicia que no se hace en México, no van a ordenar la casa, no va la limpiar la Fiscalía General de la República, ni al Poder Judicial, ni a las Fuerzas Armadas o las policías locales. Con o sin el visto bueno del Presidente en turno, los García Luna de mañana están hoy incrustados en estas instituciones y prueba de ello es que la droga sigue pasando por la frontera y el dinero producto de ese tráfico fortaleciendo a los grupos de crimen organizado y cobrando vidas en México todos los días.

diego.petersen@informador.com.mx

Síguenos en

Temas

Sigue navegando