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El poder y el instinto represor

Primero fue el retiro, cual ladrones, de noche y a marrazos, por parte del Gobierno del Estado y el Ayuntamiento de Guadalajara, del Antimonumento en memoria del 5 de junio. Ahora la detención de Nadia Araceli Castañeda, una esposa buscadora que le reclamó a la Policía de Tlaquepaque que retiraran las fichas de búsqueda. Al más puro estilo de San Pedro, las autoridades negaron la detención y doce horas después, en medio de la noche, como les gusta, la presentaron ante el Ministerio Público. 

A pesar de la orden del Poder Judicial, el Antimonumento en recuerdo del asesinato de Giovanni López a manos de policías y de la represión por parte de porros de la Fiscalía a quienes protestaban por la represión policial, sigue sin aparecer. Sin que quedara claro de qué se le acusó, a Nadia Araceli la liberaron 30 horas después.

En ambos casos las autoridades dijeron estar protegiendo la imagen de la ciudad. En ambos casos lo que hay de fondo es que no soportan que se les recuerde que hay algo que no están haciendo: proteger la vida de los ciudadanos. 

El instinto represivo de las autoridades está siempre a flor de piel. Al poder no le gusta que lo contradigan, no le gusta que lo cuestionen, odia que le recuerden lo que hizo o dejó de hacer. Nada hay tan subversivo como la memoria, ese moscardón que resuena en los oídos de los poderosos cuando alguien les recuerda que sólo en este sexenio hay 8,451 personas desaparecidas y no localizadas al día de ayer y más de cuatro mil cuerpos sin identificar en la morgue.

¿Hay algo más importante que buscar a los desaparecidos? Para el Gobierno del Estado y los presidentes municipales sí: la imagen. Dicen defender la imagen de la ciudad, pero en realidad es la propia imagen la que protegen, pues nada les importaría si los cárteles los pegaran en las colonias populares, allá donde la gente desaparece todos los días, o el Antimonumento lo pusieran en Ixtlahuacán de los Membrillos, donde nadie lo va a ver. Lo que les duele es que los cárteles los peguen en el mobiliario urbano de los centros turísticos o el Antimonumento esté ahí en medio de los palacios donde residen los poderes. 

Lo que afea la ciudad no son las fichas de búsqueda; es la violencia. Pero eso no lo entienden. 

A todos los gobiernos -por supuesto a unos más que otros, pero ninguno se salva- les crece el instinto represor con el ejercicio del poder. Por eso todos, sin excepción, necesitan una sociedad que les recuerde sus obligaciones; organizaciones de la sociedad civil que los confronten; una Comisión de Derechos Humanos que les limite el uso y abuso del poder, y medios de comunicación y periodistas que les sean incómodos.

El poder apuesta al olvido. Apostemos como ciudadanos por la insurrección de la memoria.

diego.petersen@informador.com.mx

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