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El fin de los otros datos

No vamos a alcanzar a pacificar al país, dijo el Presidente López Obrador en un tono de derrota, y sin embargo recomendó a su sucesora, Claudia Sheinbaum o Xóchitl Gálvez, que continúe con la misma estrategia en materia de seguridad. 

¿Por qué recomendar algo que no funcionó?, ¿por qué no mejor hacer una evaluación seria de lo que falló y plantear todas las modificaciones necesarias? Porque en materia de seguridad ni con otros datos se puede sostener que vamos bien. 

Ni en las cifras manipuladas del Gobierno la estrategia de militarización de la seguridad pública contuvo la violencia. Los resultados están lejísimos de lo prometido en campaña y muy lejos de lo que ellos mismos se pusieron como objetivos con la creación de la Guardia Nacional. Si consideramos no sólo homicidios sino también el número de desaparecidos y los homicidios “mal clasificados”, la realidad es que el avance es nulo. 

Vamos dejando de lado las otras cifras y hagamos un balance de lo que funcionó y no funcionó en materia de seguridad.

La famosa política de abrazos y no balazos, que significaba dejar de perseguir a los capos del narcotráfico para evitar la violencia asociada a los reacomodos de grupos criminales, no funcionó. Las razones son dos: la primera es que la parte de “no balazos” no era cruzarse de brazos, como a la postre sucedió, sino usar otros brazos del Estado para perseguir al crimen organizado, principalmente a la Unidad de Inteligencia Financiera y a la Fiscalía General de la República. Santiago Nieto resultó un hablador bastante poco eficiente y su sustituto, Pablo Gómez, un inútil para ese puesto. Del fiscal Alejandro Gertz Manero lo mejor que podemos decir es que cada día que pasa esta más cerca de irse. Sin una persecución sistemática, el crimen organizado creció. La segunda razón por la que fracasó está política es que el vecino del norte no estuvo de acuerdo con ella y terminó presionando para que se detuviera a ciertos capos que eran de su interés, pero no hubo una estrategia en función de los intereses del Estado mexicano.

El famoso “combate a las causas de la violencia” tampoco funcionó porque el origen no es la pobreza sino la impunidad. Por supuesto que hay que combatir y erradicar la pobreza, y los programas sociales son parte sustancial en esa batalla, pero es otro asunto. La cadena de impunidad comienza con las policías, sigue con las fiscalías, pasa por el Poder Judicial y culmina en el sistema penitenciario. Salvo la creación, con todos sus defectos, de una Policía militarizada, ninguno de los otros elementos fue tocado durante esta administración. 

Cuando hablamos de seguridad los otros datos no alcanzan. Lo peor que podríamos aspirar, con Claudia o con Xóchitl, es a la continuidad de una política fracasada.

diego.petersen@informador.com.mx
 

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