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El departamento verde olivo

Tenemos un general secretario al que le gustan los lujos. El Presidente de la austeridad republicana, de la medianía juarista, tiene por principal colaborador a alguien que no cree que eso que tanto predica su jefe sea un valor. Como claramente tampoco lo creen los hijos. Quizá, como muchos otros, simplemente ni el general ni los cachorros le crean al Presidente. Ojalá fuera sólo una cuestión de gustos y creencias. Que el colaborador más cercano del Presidente López Obrador, el que primero lo ve cada mañana, con el que discute los temas esenciales del país, piense distinto que su jefe. Ojalá se lo diga, que a él le gustan los lujos, que a él eso de la justa medianía le parece una tontería y luego pasen la página y sigan trabajando por un objetivo común. Pero no es el caso.

No es el caso porque los lujos del secretario de la Defensa, Luis Crescencio Sandoval, van más allá de su salario como servidor público, aunque gana más que el Presidente y lo mismo que los Ministros de la Corte, 205 mil pesos al mes. No es el caso porque adquirir un departamento en un tercio de su valor estimado a una persona que a la postre se convirtió en proveedora del Ejército no es una casualidad, no es un intercambio de favores entre compadres, es un acto de corrupción.

En febrero de 2019, cuando apenas comenzaba el sexenio y el proceso de militarización de varias áreas de la vida pública, escribí que la corrupción que se vislumbraba “en un Ejército metido en negocios inmobiliarios y de construcción será de otra escala. Nada tiene que ver con la mayor o menor calidad moral de las Fuerzas Armadas sino con la falta de vigilancia y la ausencia de transparencia en los procesos”. (https://elpais.com/internacional/2019/02/17/actualidad/1550427330_844221.html). El Ejército siempre ha sido opaco. Las Fuerzas Armadas nunca han rendido cuentas de lo que compran, ni cómo lo compran; en eso todo se mantiene exactamente igual. Lo que cambió fue el tamaño del presupuesto y por lo tanto el tamaño de los negocios y la corrupción implícita.

¿Qué habrá respondido el general secretario al Presidente ayer por la mañana cuando le solicitó el parte de novedades? Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que en política ese tipo de sorpresas minan la confianza y tienen un efecto desmoralizador en la línea de mando y también en el equipo de Gobierno.

El secretario de la Defensa debe rendir cuentas no sólo de sus propiedades sino de todo lo que la Secretaría ejerce del presupuesto y administra de bienes nacionales. Ya sabemos que no lo hará. Por eso hay que seguir escarbando en los papeles de Guacamaya Leaks, presionando a las Fuerzas Armadas para que rindan cuentas y fortaleciendo los sistemas anticorrupción. El departamento verde olivo es sólo la punta de un iceberg que, si lo dejamos crecer, terminará por corromper lo único que parecía sano en el sistema político: las Fuerzas Armadas.

diego.petersen@informador.com.mx

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