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El Centro ProDH y la verdad incómoda

Una de las anécdotas que mejor refleja al poder es la del ex secretario que se acercó a un empresario en un restaurante de lujo y le reclamó con voz sentida al prepotente hombre de negocios: “Cómo has cambiado amigo, ya ni me tomas las llamadas”. El empresario lo miró con desdén y respondió. “Te equivocas, el que cambió fuiste tú, que ya no eres secretario; yo no he cambiado nada, sigo siendo el mismo zalamero y lambiscón, pero con el nuevo secretario”.

Algo similar sucede en la relación del Presidente con las organizaciones de la sociedad civil. Nadie puede decir que el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, mejor conocido sólo como el Centro ProDH, haya cambiado su postura con respecto a los Derechos Humanos, al uso de la tortura como método de investigación, en la exigencia a las autoridades a atender a las víctimas, al derecho a la verdad, en el señalamiento sobre el riesgo para los derechos humanos de tener a las Fuerzas Armadas en tareas se seguridad pública. Eso lo han dicho desde que los jesuitas fundaron este centro en 1988, hace 35 años, antes aun de que existiera la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

El que cambió fue López Obrador que ahora es Presidente, que hoy tiene el poder y que convirtió a las Fuerzas Armadas en su principal aliado y sostén para ejercerlo. Para bien o para mal, quien prometió regresar al Ejército a los cuarteles y no cumplió, por las razones que haya sido, fue López Obrador. No fue el Centro Pro quien se pronunció a favor del candidato López Obrador, aunque algunos de sus ex directores lo hayan apoyado abiertamente; fue el hoy Presidente quien se apoyó en la visión del Centro, particularmente en la búsqueda de la verdad del Caso Ayotzinapa. 

El Presidente no quiere que nadie contradiga su nueva verdad histórica sobre la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Quiere que su versión, acomodada a su discurso y conveniencia, sea aceptada por la sociedad y, sobre todo, por los padres. En su narrativa, como en la de Peña Nieto, el Ejército pasaba por ahí, pero no es responsable de nada, ni de la protección al crimen organizado, ni de la represión a los estudiantes, ni de la tortura posterior a los acusados.

Nada incomoda tanto al poder como la verdad. No “La Verdad” con mayúscula, esa que se dicta desde el poder, convertida en dogma, en historia o en sentencia, sino la que se construye día a día desde el periodismo, desde las organizaciones de la sociedad civil, desde el derecho esencial a dudar, a preguntar y a saber.

diego.petersen@informador.com.mx
 

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