De acarreos, celebraciones y elecciones
Hace unos años en la Ciudad de México, en una plática de las habituales entre un taxista y su cliente, de esas donde se habla de todo y nada sin más pretensión que matar el tiempo que se extiende inexorablemente, el conductor me manifestó su deseo de conocer Guadalajara, pues, según contó, la única vez que había estado en la ciudad fue cuando lo trajeron de acarreado al mitin de Carlos Salinas en 1988. “No tuve tiempo de nada, nos subieron al camión pasada la medianoche, llegamos en la mañana a Guadalajara, estuvimos parados en la calle esperando al candidato y pasando el mitin nos regresamos. No tuve oportunidad de conocer la ciudad, ni siquiera la Catedral, que sólo vi de lejos”. El mitin de Salinas fue un éxito: cuadras y cuadras de la Avenida 16 de Septiembre llenas, lo suficiente para competir con el mitin de Manuel Clouthier que días antes había llenado la Plaza Liberación. El gusto de la visita le duró poco al taxista acarreado y menos aún a los orgullosos priistas, pues en las elecciones del 6 de julio de aquel año perdieron 7 de los 8 distritos metropolitanos de Guadalajara.
El acarreo es una de las prácticas más socorridas y también denostadas de la política nacional. Acarrean todos los partidos, lo hacen las universidades, los sindicatos e incluso las iglesias. Es parte esencial de nuestra cultura política y sin embargo goza de pésima reputación. Se asume de entrada que cualquier persona que no puede costear su transporte para acudir a una manifestación es un acarreado, una definición por demás clasista, pues excluye del derecho de manifestación a todo aquel que no pueda pagar sus gastos. Acarreado es un término peyorativo que se usa para minusvalorar a los que piensan distinto (al respecto vale la pena revisar el ensayo Reparto de Máscaras; paleros, acarreados y reventadores de David Bak Geler, en editorial Gedisa).
¿Dónde termina el apoyo y comienza el acarreo? ¿Los camiones son sinónimo de borreguismo? ¿El acarreo es evidencia de fuerza política? El fenómeno es mucho más complejo y al mismo tiempo uno de los elementos más arcaicos de nuestra democracia. Uno de los síntomas más claros del acarreo es cuando el número de asistentes se establece antes de que ocurra el evento, como es el caso del mitin del próximo 18 de marzo en el Zócalo para conmemorar a expropiación petrolera y, ya se pasadita, apoyar al Presidente. Si los organizadores dicen que acudirán 280 mil personas antes de esto suceda y que la movilización se pagará con la dieta de los diputados, claramente estamos hablando de cuotas, lo cual no quiere decir en automático que todas las personas que acudan irán contra su voluntad ni que son borregos.
Llenar plazas sirve para mostrar músculo y medir fuerzas, pero -pregúntele a Salinas- eso no se traduce automáticamente en votos.
diego.petersen@informador.com.mx