Cosas que los tapatíos no debemos normalizar
Las ciudades son un ser social, un animal enorme del que todos nosotros somos una parte microscópica. Como todo ser viviente en un organismo mayor, los ciudadanos nos adaptamos a las condiciones y terminamos por acostumbrarnos, por normalizar algunas cosas como si siempre hubieran sido así, como si no tuvieran remedio. Con la novedad que sí tienen remedio, son cosas que tienen un responsable en los diferentes niveles de Gobierno y a los que hay que exigirles. He aquí un pequeño decálogo -de menor a mayor- de cosas que suceden en Guadalajara que no debemos normalizar.
1. Que los puntos limpios sean un cochinero. Lo que nos ofrecieron como una solución a la separación de basura se convirtió en un problema de acumulación por fallas de operación.
2. Que el trolebús tarde más de 30 minutos en pasar. El rescate del sistema de trolebuses fue una de las mejoras significativas al transporte público del sexenio pasado cuya eficiencia ha disminuido drásticamente por problemas de operación.
3. Que se deteriore el sistema de MiBici. Lo que nació como el mejor programa de bicicleta pública del país y quizá de América latina va en caída libre por falta de presupuesto para mantenimiento y reposición.
4. Que no funcionen las escaleras eléctricas en las estaciones del Tren Ligero. Aunque dicen que todas funcionan, no es así, pero sobre todo no es tolerable para un sistema de transporte público que haya una escalera que deje de funcionar por más de cuatro semanas continuas. La falla es en detrimento de los ciudadanos más débiles, los que requieren más cuidados: adultos mayores, mujeres embarazadas o con hijos, trabajadores que deben cargar mercancía, etcétera.
5. Que el Palacio de Gobierno esté rodeado de vallas. Lo que comenzó como una excusa para proteger el edificio colonial en día de manifestaciones hoy es una barrera permanente, un símbolo anormal de la distancia del Gobierno con la sociedad a la que se debe. Tampoco es normal que se requieran vallas y policías para hacer una obra pública. Es el fracaso de la política.
6. Que la Policía basculee a los chavos. La vieja costumbre de detener a los jóvenes por sus características físicas, por ese terrible delito tipificado como “portación de cara” sigue vigente. No, no es normal, no es deseable, no sirve de nada para la seguridad pública detener jóvenes, pero ya ni la Comisión de Derechos Humanos se inmuta.
7. Que las autoridades se refieran a los criminales como jefes de plaza. La ciudad no tiene dueños, pero cuando las autoridades o los medios se refieren a un delincuente como “jefe de plaza” estamos normalizando la existencia de una autoridad por encima de los poderes constitucionales.
8. Que la ciudad se inunde de canciones que hacen apología de la delincuencia y los delincuentes. La cultura del narco va ganando terreno. Cuando normalizamos el contenido violento y la apología del delito en escuelas, plazas públicas y hogares, perdemos todos.
9. Que la mujeres tengan miedo de salir a la calle. El indicador más claro de inseguridad es el miedo, y particularmente el miedo de las mujeres. No es normal ni debe serlo jamás que los policías y las autoridades recomienden que mejor no salgan.
10. Que nuestros jóvenes desaparezcan. Esta es la peor de todas las normalizaciones. Una joven desaparecida o un joven desaparecido merece un escándalo. Cinco al día en el Estado debería ser inaceptable. No lo normalicemos.
diego.petersen@informador.com.mx