Ideas

Autopsia del régimen de la eterna transición

Mañana es el último día del régimen político que nació con la transición democrática de los últimos años del siglo XX, en el periodo de Ernesto Zedillo. Fue un régimen que tardó años en gestarse. Algunos colocan el origen en la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (Conocida como la Loppe) en 1977. Otros en la disputada y cuestionada elección de 1988 cuando el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas puso al PRI y a Carlos Salinas contra las cuerdas. Lo que está claro es que el alumbramiento del régimen político de la transición democrática fue el 1997 con la formación del IFE (hoy INE) y una elección certera que permitió que tras 70 años de dominio, el PRI perdiera la mayoría en la Cámara de Diputados ese año y la presidencia de la República tres años después.

El régimen pluralista tenía su base en los partidos políticos, pues eran ellos y solo a través de ellos quienes construían los grandes acuerdos nacionales. Llorarlo tiene ya poco o nulo sentido, lo que es importante es entender de qué murió, hacer una autopsia para entender cuál fue la enfermedad que mató al sistema político por el que luchamos dos generaciones de mexicanas y mexicanos. Fue, como ha sucedido en muchos países en el mundo, una enfermedad autoinmune, pues el régimen de la transición murió en las urnas derivado de la incapacidad del sistema de cumplir con la promesa básica de mejorar la calidad de vida de las mayorías. 

La democracia liberal que sustituyó a la presidencia imperial -presidentes que eran reyes por seis años- buscó afanosamente poner límites a la voluntad presidencial y en gran medida lo logró, pero muy rápido desarrolló sus propios males. El cadáver del régimen de la transición muestra muchísimas enfermedades, dos de ellas mortales: la partidocracia y el elitismo. Los partidos se abrogaron para sí el monopolio de la representación y las decisiones, lo que muy rápido generó el otro mal: se convirtieron en un mecanismo de expresión de las élites y sólo de las élites -empresariales, intelectuales y políticas- que rápidamente capturaron al Estado. La expresión más evidente de esta captura fue la desaparición o en su caso cooptación de los sindicatos, y su materialización fue el famoso Pacto por México. 

Los partidos eternizaron la transición y el país prometido se convirtió en una inalcanzable promesa de futuro. Nunca fue una realidad. La democracia, entendida como un sistema que tiende a igualar a la sociedad a través de mecanismos de solidaridad social, se convirtió en una banda sin fin. Cada año, cada sexenio, la desigualdad se profundizaba y el país deseado estaba más lejos.

No estoy seguro de que lo que viene será mejor. Creo firmemente que en muchas áreas habrá un enorme retroceso. Sin embargo, para dar esas nuevas batallas es fundamental que entendamos de qué murió el régimen de la eterna transición, un régimen que enterraremos el domingo, para regresar a un nuevo sistema de partido hegemónico.

diego.petersen@informador.com.mx

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