AMLO, moralismo y política de drogas
López Obrador es un moralista en toda la extensión de la palabra, una extraña especie de izquierda mocha, conservadora. Aunque él se ubica continuamente como liberal lo hace siempre en los códigos decimonónicos de la guerra de Reforma y no desde la agenda de ampliación de libertades que implica ser liberal en el siglo XXI.
No ha habido un Presidente, ni del PRI ni del PAN, con una posición tan moralista en torno a las drogas como López Obrador. De hecho, sigue sin legislarse correctamente el tema de la marihuana, como ordenó la Corte, porque el Presidente no quiere dar el paso. Los diputados de Morena pasaron una ley que no cumple con lo que ordenó la Corte y se las regresaron. Hoy sigue durmiendo el sueño de los justos.
El linchamiento desde la mañanera a Vicente Fox no es por tráfico de influencias o por corrupción. Todos los argumentos vertidos por la señora Vilchis en la sección “Quién es quién en las mentiras” fueron morales, la acusación fue por consumir marihuana “que crea algunos problemas de memoria” y no por alguna acción ilegal.
La política de drogas 4T se ha basado única y exclusivamente en campañas de prevención de adicciones que suenan todo el día en la radio, pero que nadie sabe qué resultado tienen, salvo al parecer, un efecto tranquilizador en la conciencia del Presidente que cree que repetir “las drogas matan” evita que los jóvenes se droguen. Ojalá que la causa del consumo de drogas, alcohol o tabaco fuera la falta de información. Sería relativamente simple de resolver. Mantener la prohibición de la marihuana sólo beneficia a los dealers de barrio y a los policías extorsionadores. Las cárceles siguen llenas de jóvenes “delincuentes” detenidos por posesión de marihuana. Eso no ha cambiado.
El riesgo mayor para el país está en que al mismo tiempo que se combate moralmente a la marihuana no hay una política clara para evitar la producción de fentanilo. Si algo hemos de aprender de los errores del pasado es que México minimizó el problema del tráfico de cocaína porque, se decía, nosotros somos sólo el trampolín y ellos (los gringos) la alberca”. Cuando Estados Unidos decidió combatir la cocaína la droga se quedó en México, bajó drásticamente de precio y pasamos de trampolín a chapoteadero en un abrir y cerrar de ojos. Si hoy no combatimos en serio los laboratorios de producción de fentanilo en México más temprano que tarde la epidemia que hoy viven Estados Unidos y Canadá será nuestra.
Necesitamos una política de Estado en materia de drogas, alejada de moralismos, basada en evidencia científica y, sobre todo, que no esté sujeta a visiones personales, a arranques histéricos en busca de popularidad como los de Felipe Calderón, o a visiones romantizadas del pueblo bueno como las de López Obrador.
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