Diario de un espectador
Atmosféricas. Sigue lloviendo en el alma. El jazmín bien que lo sabe.
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Im memoriam
María Inés Orendain Corvera
¿Por qué es tan importante para una ciudad tener princesas y aristócratas de a de veras? Muy fácil: porque las elites, su existencia y continuidad son una de las columnas sobre las que reposa la salud de una sociedad. Entre otras cosas, esa es la razón por la que a la tan llorada María Inés Orendain le es dedicada esta columna.
Así que hablemos de María Inés, cruelmente arrebatada por un cáncer fulminante hace poco más de un mes en Chihuahua, su ciudad de segunda elección. Era una princesa en toda la extensión de la palabra, sin hacer caso de falsos abolengos, del dinero o la vacua pretensión de las secciones de sociales al uso, ni de la asistencia o no al Country Club, si viene al caso. Sin embargo Marinés tenía todo el abolengo posible en esta ciudad aún joven con sus cuatro siglos y ochenta años apenas, toda la refinada educación que le dieron sus padres y sus abuelos. Por cierto, su abuelo paterno, don Leopoldo Orendain y Gutiérrez Rioseco, fue un notabilísimo historiador y cronista tapatío, histórico colaborador de El Informador. Sus padres fueron una pareja ejemplar entre los happy few tapatíos: don Leopoldo Orendain y Ancira-Verea y doña Marta Corvera y Gibson. Sus abuelos maternos fueron don Bernardo Corvera y doña Carmen (Puccini) Gibson, protagonistas de lo mejor que en Guadalajara sucedió en sus elites hace dos generaciones, de igual manera que sus abuelos paternos, doña Carmen Orendain y Ancira-Verea y el ya mencionado don Leopoldo Orendain y Gutiérrez Rioseco, quien tenía por cierto un antiguo título nobiliario, un condado, si la memoria serves us well. Sus hermanos son Marta, Mónica, Lorenza, Leopoldo Orendain y Corvera, todos espejo de virtudes, quereres y simpatías entre los mencionados happy few. Y podríamos seguirle.
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Marinés mandaba mucho. Heredó todo el chic y la clase de su tía abuela doña Genoveva Orendain de De Obeso. Era claridosa, inteligente y podía ser muy brava. Guapísima, pero sobre todo distinguidísima. Se educó, but of course, en el Colegio de las Damas del Sagrado Corazón, en donde otra de sus tías, la Madre Orendain, también mandaba mucho. El colegio de las señoritas que tanto se vino abajo después en las ventoleras de los años setenta. Le Collége des Jeunes Filles, se decía, y por eso también eran conocidas como las Yeguas Finas.
Marinés decidió casarse luego con un chihuahense de bandera, el abogado y político ejemplar Luis Mesta. Y se fue, nada menos, que a contribuir a la civilización de Chihuahua, noble ciudad, nobles gentes que la recibieron con los brazos abiertos. Se construyó una célebre casa a la tapatía (proyectada por cierto por el suscrito). Enseñó a las elites norteñas a tener casas, a hacer de comer, a vestirse, a servir la mesa, a conversar con wit y enjundia, a jugar tennis, y un largo etcétera. Marinés tuvo con Luis (el Cholo, le decía ella) cuatro hijos. Marinés, Fernando, Álvaro. Todos ellos herederos legítimos de las prendas de Marinés y de Luis que se han mencionado arriba.
Antes de cambiarse a su casa nueva, la pareja vivía muy modestamente en un departamento diminuto. El arquitecto era allí objeto de una recepción principesca por parte de la señora de la casa y compartía cuarto con los niños a bordo de un estrecho echadero en una larga serie de visitas para afinar el proyecto y luego para dirigir arquitectónicamente la obra. Ah, qué maravilla aquellos días, los días del Halción.
Otra cosa muy importante le enseñó Marinés a los chihuahenses: a morirse con entereza, dignidad, tranquila aceptación del tránsito terrestre. Acompañó in articulo mortis a decenas de gentes, con esa gracia y esa recia piedad cristiana que Marinés llevaba muy hondas. Era, en cierto sentido, larger than life. Guadalajara, Chihuahua, México, le quedaban siempre un poco chicos. Era una princesa, de nacimiento pero también de ardua vocación. Llevaba el sello de sus casas tutelares: la de don Leopoldo su abuelo por Libertad, enfrente del Recco y a un lado de la estupenda casa de los Favier, proyectada por Pedro Castellanos. Su casa paterna era otra lección, que proyectó Julio de la Peña, nada menos. Cada quince días convidaba a cenar a un grupo de sus admiradores y hacía gala de savoir-faire, de timbres culinarios y de vajillas y cubiertos discretos, pero muy finos. Y se comían tortas compuestas del Santuario o viandas elaboradas largamente y siempre exquisitas, todo esto bajo la advocación y cuidados de doña Marta su madre, gran señora tapatía si las ha habido: gentil, elegante, sencilla, guapa, espléndida.
Los Orendain y los Palomar han sido amigos y enemigos íntimos desde hace por lo menos seis generaciones. Ambas familias tenían sus haciendas, los Orendain la de ??? y los Palomar la de Santa María, y sendas casas en la plaza de la vecina Magdalena. Eran rivales: ambas haciendas se dedicaban a las conductas de mulas, al tequila, a los ganados y sembradíos.
Lloremos largamente a María Inés Orendain Corvera: nadie la va a sustituir en los corazones de tantos. Y esperemos que ese milagro de la verdadera aristocracia perdure y logre subsistir en los tan complicados y a ratos aciagos años de la tal 4T. Nos hacen falta modelos como Marinés para edificación y gozo de propios y extraños, para poder construir una ciudad y una sociedad más justas, igualitarias, democráticas. Sin elites funcionales y vigentes esta ciudad carece de cerebro y sentido.
Tocaba la guitarra y cantaba su propio retrato dibujado y compuesto por Joan Manuel Serrat:
Es esa muchacha típica
cuya familia es la típica
familia bien del país.
Anda esa muchacha típica
los domingos en la hípica
y a las dos en José Luis.
La educó una nurse vesánica
típicamente británica,
una aya y un preceptor,
que le habló de nuestros próceres,
y un primo suyo de Cáceres
que le desveló el amor.
(Como su madre, es autárquica,
como su padre, es monárquica,
y cada catorce de abril
se le resbalan dos lágrimas,
vueltos los ojos y el ánima
a las costas de Estoril.)
Para la muchacha es básico
ese veraneo clásico
en una aldea de mar,
típicamente cantábrica,
alejada de esas fábricas
que no dejan respirar.
Es su deporte congénito
la pesca del primogénito
sin saberlo Samaranch.
Pero entre vómico y vómico
le encanta andar con un cómico
y llevarlo al palomar.
Son modas aristocráticas
en cierto modo simpáticas
que ejerce hasta la vejez.
Mas te sientes en su tálamo
como a la sombra de un álamo
un verano en Aranjuez.
Laus Deo por Marinés. Nos espera, mandando mucho, en el cielo de las mujeres excepcionales, caritativas, fuertes y justas. Y ahora volvamos a los mil recuerdos, y sí, a un discreto llanto. Adios Marinés, nos veremos, Dios Mediante, en las canchas de tennis, en las lunadas del verano, en las fiestas del Club de Yates de Chapala o en tu casa del Chante, en los tacos de Justo Sierra del cielo. Y seguirás, imborrablemente, tocando la guitarra y cantando con señorío, salero, gracia.
Para decirlo como lo dijo Leonard Cohen: So long Marinés this is no way to say goodbye, tú la preferida. La más bella por dentro y por fuera. Won't you come over to the window, my little darling I'd like to try to read your palm I used to think I was a little gypsy boy Before I let you take me home Now so long, Marianne It's time that we began to laugh and cry
And cry and laugh about it all again You know that I really love to live with you
But you make me forget so very much I forget to pray for the angels And then the angels forget to pray for us Now so long, Mariainés, i's time that we began to laugh and cry
And cry and laugh about it all again For now I need your hidden love
I'm cold as a new razor blade You left when I told you I was curious
I never said, I never said, I never said that I was brave
Oh so long, Mariainés It's time that we began to laugh and cry
And cry and laugh about it all again
Oh, you are really such a pretty one I see you've gone and changed your name again
And just when I climbed this whole mountain side To wash my eyelids, wash my eyelids in the rain
Oh so long, Marianne It's time that we began to laugh and cry
And cry and laugh about it all again
Oh so long, Marinés
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