Ideas

Diario de un espectador

Atmosféricas. Llego la tormenta, homérica ella, y arrancó de cuajo lo que quedaba de un viejo magnolio, y de paso al selvático plúmbago que descansaba sobre su fuste muerto. Llegó luego un camión de la coca y arrancó de cuajo la jacaranda del jardín de adelante, esa que tanto trabajo había costado guiar por entre las asquerosas marañas de cables. El chofer de la coca se llevó, eso sí, un mediano, chico no muy grande, putazo. Qué bueno. Pero el jazmín permanece interperrito. Más bien le dio una despedida de amante fenicia al plumbago en agonía. El olor llegaba hasta la capillita. La orgía duró tres días: las dos enredaderas se quisieron cantidad y los pájaros no podían salir de su asombro. El perro y el gato olvidaron su permanente guerra civil y observaron fascinados como el jazmín se le terminaba de subir encima al plúmbago y lo asfixiaba con puritito amor apache. Zorba el joven, azorado, le mandó a hablar al cacique bueno del barrio, Clemente, para que se hiciera la faena de cortar las matas y llevárselas. Al efecto, Clemente se presentó raudo y veloz en una camioneta prehistórica acompañado de Graciela, su gentil mujer. Bajo el apotegma que está escrito en un dintel de un patio de un jardín en una ciudad sobre un país en un continente en un planeta en la vía láctea en el universo y en el big crunch, y que reza: El buen jardinero nunca es sentimental.

Una jornada bastó para hacer cachos cuarenta años de crecimiento y maravillosa floración del plúmbago. El plúmbago lo que menos tiene es ser plúmbeo. Es divertido, fiel, liviano, sus flores color de plomo son exquisitas, aguantan un piano y se llevan muy bien con los pájaros y los felinos y los cánidos y los niños. Zorba el viejo, muy macho él, lloraba a moco tendido. Se le hicieron al plúmbago exequias formales con la banda de guerra del Colegio Cervantes Colonias y la escolta del Sagrado Corazón de la avenida de La Paz. Himno patrio ya no hubo. En su lugar The Clash interpretó a todo volumen Should I stay or should I go. Zorba el chico opinaba que ya major se fuera y Zorba el Viejo no decía nada. Tuvo que venir desde el panteón de San Sebastián Prisciliano Encarnación, duque de La Cofradía, a poner claras las cosas. Las matas a un pozo para hacerlas composta, los troncos para que sirvan de asientos en los rincones del jardín, y las ramas cortadas en brazadas para la chimenea que viene. Y zanjó el asunto, se persignó ante la virgen del abollado invernadero, and he disappeared into thin air.

jpalomar@informador.com.mx

Síguenos en

Temas

Sigue navegando