Ideas

Diario de un espectador

Atmosféricas. Días de un frío desusado recordaron otras temporadas gélidas en estas latitudes. Temporadas que el de ordinario clima benevolente, del cielo tapatío -de vez en cuando- altísimo y transparente sabe también albergar ciertos rigores ajenos a la costumbre. El jardín se arrebuja y espera mejores días. Pero resiste al final los embates estacionales. Fijándose bien, cada árbol y cada planta utilizan como mejor pueden sus recursos para seguir haciendo funcionar las leves maquinarias de su savia. Pero todo parece tomar una quietud que la mirada atenta descubre y agradece.

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El jardinero mayor, el de la mano diestra y paciente para tratar con árboles y plantas se echa de menos. Algo, seguramente sabio, habría dicho, con su parquedad invariable, sobre los efectos que los días de frío aportaron al ámbito de su jardín. De temporadas pasadas, habría recordado ciertas heladas capaces, en una noche, de entorpecer o de plano eliminar cultivos largamente cuidados. De las faldas del Cerro Viejo aprendió a distinguir nubes y vueltas de las estaciones, perspectivas de un amable vértigo que siempre dejaron atrás, para quien las vivió, sus tempranas visiones.

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La noche en blanco, de uno de nuestros mayores poetas, Jorge Esquinca, constituye quizá una marca definitoria en el transcurso de quienes, hace más de veinticinco años, se asomaban apenas a los vastos territorios de la poesía de México. Es un libro magnífico y agradecible en el que su lectura revive, quizás a lo lejos, un ejemplar entusiasmo y un brío capaz de suscitar luego las memorias de quienes lo revisitan. Queda de La noche en blanco una serie de tentativas y barruntos, una presencia sin embargo que ejercía ya una poderosa marea sobre sus contemporáneos y de quienes a lo largo de los años han encontrado allí navegaciones y errancias. Un retrato del poeta joven, si se quiere en ciernes, pero que ya buscaba su propia voz desde aquellos tiempos. Y a la que por supuesto supo encontrar largamente a través de su camino luminoso.

Van, con la esperable, gentil y segura benevolencia del poeta, algunas transcripciones de su temprana entrega. No basta insistir en la importancia y el discreto magisterio que el delgado volumen constituyó para su generación y para las siguientes que han tenido entre sus manos esta primera producción ahora ya insustituible en el devenir de nuestra más entrañable poesía.

Abre el volumen un brevísimo poema que, sin embargo, fija el clima que, a través de los años ha sabido mantener su rumbo y su alto registro. Ese que ha llevado a Jorge Esquinca ser una de las principales voces de la actual poesía mexicana.

Es de madrugada

la lluvia persiste sobre la ciudad

con su danza sigilosa.

Clarea, tu duermes y las nubes

lejos de tu sueño se dispersan.

No despiertes aún

yo he pasado por tí la noche en blanco.

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(Margen primero)

Cruza una parvada,

en su lenta penumbra

su vuelo permanece.

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Yo miré crecer en su abandono

De alforja despedazada,

de pan luminoso en la fiesta del páramo.

Largamente la miré conmover escombros,

correr entre las calles

con su voz antigua y clara,

golpeando en cada umbral, en cada quicio,

como una niña precoz

que se cansa de callarse su secreto.

jpalomar@informador.com.mx

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