Día de los inocentes
“Herodes tenía también la creencia del Mesías, su terror a perder la corona era ya una verdadera locura. Se divertía viendo chisporrotear a los judíos en el fuego, y tales sus suplicios, que como decía a Augusto los embajadores de Jerusalén, los vivos envidiaban a los muertos.
Deseando ganar tiempo porque los Magos no regresaron a decirle del nacimiento del Mesías, hizo salir de su palacio un pelotón de soldados, sin llamar la atención de la ciudad con orden de matar en Belén y sus alrededores a todos los niños menores de 2 años. La orden fue ejecutada con brutalidad. San Mateo nos presenta a las Inocentes criaturas arrancadas del regazo materno, haciendo resonar sus llantos en valles y montañas, y a la misma Raquel, levantándose de su tumba para juntarse al llanto de sus descendientes: “Voz fue oída en Rama, llanto y alarido grande. Raquel llora a sus hijos, y no puede consolarse, porque no existen ya”. Fue una crueldad inútil. “Entre tantos duelos, dice el poeta- Cristo camina impune.” José avanza bordeando el desierto en que los hombres desaparecen sin dejar huella de su paso. Fue una de las últimas crueldades de Herodes, tal vez por eso olvidada en las historias profanas. La Judea pasaba por una crisis de terror y de sangre. Un régimen de guerra atormentaba al país. Las fortificaciones y eran mazmorras de prisioneros, el que no era llevado cautivo a Hicarnia, desaparecía para siempre. La justicia empezaba por la casa del monarca, de sus mujeres, Doris andaba desterrada, Maltaque la samarita muerta de malos tratos, la nieta de Hicarnio, la más amada, asesinada por celos. Misma conducta con sus hijos: unos mueren en prisión, otros en la horca o envenenados. Su cuñado Aristóbulo el simpático Sumo Sacerdote de 17 años, ahogado por sus propias manos, por tener las simpatías del pueblo como descendiente de los Asmoneos. Cinco días antes de la muerte de Herodes se deshizo de ellos, empezando por Antipatro, lo atrajo con bellas palabras y sin darle tiempo , mandó le cortaran la cabeza. Rabioso porque la vida se le escapaba también a él, y, su vida y su reino.
Los gusanos le corroían los miembros, tenía los pies hinchados, vivo aún su cuerpo se corrompía, sobre un lecho de dolores en su palacio en Jericó. En Jerusalén hablan ya de su muerte y arrastran por el suelo el águila de oro que él había mandado colocar en la puerta el templo. Los jefes de la revuelta dos rabinos llamados Judas y Matías, con 40 personas más son quemados vivos. El tirano intenta suicidarse con un cuchillo y para tener quien le llore en sus funerales, da orden de degollar a los representantes más ilustres de la aristocracia judaica. La historia no ha contado todas las atrocidades de ese monstruo que fue Herodes, y tal vez por eso, no aluden a la matanza de los niños de Belén. Por los demás, la muerte de unos niños en una población sin importancia se eclipsa ante los continuos asesinatos de aristócratas y sanedritas.
Suponiendo que Belén tenía entonces alrededor de -mil habitantes-, y que no hubiera tenido objeto la desaparición de los niños que vivían lejos de allí, los muertos no debieron pasar de 2 docenas. Aquel crimen era, sin duda, espantoso y se armonizaba plenamente con el carácter moral del tirano, pero no debió de trascender fuera de Palestina, y es probable que, si llegó a Roma, no conmoviera profundamente los corazones de aquellos patricios, que, con motivo del nacimiento de Augusto, se hicieron reos, si vamos a creer a Suetonio, de un delito semejante. Cuenta el historiador de los Cesares que poco antes de nacer Octaviano sucedió en Roma un portento, que fue interpretado como anuncio del advenimiento de un rey: El senado, compuesto de republicanos fervientes, lleno de terror ante la perspectiva de una monarquía, dio la orden de que se dejase morir a todos los niños nacidos aquel año.
Muerto Herodes, dice San Mateo un ángel se apareció a José y le dijo “Toma el niño y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto, los que lo querían matar al Niño.”