Día de Ramos
La cultura católica ha sido admirablemente pródiga en su creatividad para dotar sus creencias y celebraciones de un colorido singular, original y muy vivo. Desde luego los ritos de la Semana Santa son un ejemplo pródigo que se replica en todos los países donde la comunidad católica tiene presencia, y en cada país, aún más, en cada región, tiene un rostro particular.
Por lo general el punto de partida es un texto bíblico. Que Jesús entrara a Jerusalén de manera por así decirlo, triunfal, saludado por la gente que agitaba ramos, se convertirá en la “domenica in palmis”, popularmente traducida al español como Domingo de Ramos. Pero en nuestro espacio esos ramos serán palmas, no solamente tomadas de la naturaleza y agrupadas, sino además tejidas artesanalmente y aun figurando tales o cuales símbolos de la fe cristiana. Estas palmas serán igualmente bendecidas, convirtiéndose en objetos sacros que luego la gente pondrá tras las puertas de sus casas, como una nueva señal que aleja el mal, acto desde luego inspirado en la señal que el ángel de Dios puso sobre las puertas de los judíos en vísperas del exterminio de los primogénitos de Egipto. Anteriormente las palmas que restaban en los templos eran guardadas y quemadas al año siguiente para la celebración del miércoles de ceniza.
No es el judío prototipo de estas aberraciones, sino la misma condición humana de la cual participamos todos, de tal modo que lejos de admirarnos de lo que sucedió en Jerusalén, deberíamos advertir que es lo mismo que ha sucedido tantas veces en todos los pueblos...
Y sin embargo de este aspecto festivo de la celebración, el Evangelio que se lee hoy en todas las iglesias, es el que relata la Pasión de Cristo, es decir, la serie de tramas humanas que se fueron elaborando para justificar lo injustificable, la ejecución de un inocente. La miopía de los primeros años achacó este crimen específicamente a los judíos, provocando una ceguera que durará por siglos. En realidad ni los judíos ni ninguna otra raza o pueblo del mundo tienen el monopolio de la perversidad judiciaria, de la compra de testigos falsos, de la colusión de los poderosos, de la envidia desmedida que vuelve criminal al que la padece, de la traición de los amigos, o la cobardía de los cercanos. No es el judío prototipo de estas aberraciones, sino la misma condición humana de la cual participamos todos, de tal modo que lejos de admirarnos de lo que sucedió en Jerusalén, deberíamos advertir que es lo mismo que ha sucedido tantas veces en todos los pueblos, incluso deberíamos preguntarnos en cuantas ocasiones nosotros mismos hemos incurrido en las mismas canalladas que sufrió Jesús tanto de judíos como de romanos.
Sin duda que el elemento que más repugnante vuelve este pasaje de la historia, es el que varios de los criminales hubieran actuado así, para dar culto a Dios, por deber moral, por amor a la religión; pero más repugnante todavía el que no hubiésemos aprendido, y que veinte siglos después todavía haya supremacistas que asesinan musulmanes, y musulmanes que asesinan imperialistas, puritanos que juzgan y condenan a otros, y racistas que desprecian a los demás por no ser de su color o de su origen.
La Semana Santa tiene todavía mucho que enseñarnos, ojalá y seamos capaces de imitar a quienes lo dieron todo por la verdad y la justicia, y no a quienes a cambio de algo, lo traicionaron todo.
armando.gon@univa.mx