Ideas

Detonantes

Tres tipos de actores florecen en el mundo era tras era: los que acumulan materiales explosivos, los que fabrican detonantes y los que se empeñan en evitar que todo explote.

Acumular materiales explosivos tiene el más variado origen: ambiciones territoriales, resentimientos históricos, injusticias nunca satisfechas, la venganza reprimida, el racismo de cualquier especie, las ideologías del destino, las causas religiosas, el ansia colectivizada de riqueza y poder, las diferencias de clase social, las persecuciones doctrineras, las alianzas preventivas de unos contra otros.

Los detonantes son todo tipo de agitadores políticos, sociales, religiosos, culturales, que andan todo el tiempo con la tea encendida buscando el polvorín, lo mismo impecablemente vestidos de traje y corbata qu, con overol obrero, penachos, turbantes, mascadas de diversos colores, pintas faciales y cualquier otro elemento que sirva a su causa incendiaria.

La acumulación de materiales explosivos obedece a la incapacidad humana para resolver en tiempo y forma causas válidas, desactivar agitadores, educar a la humanidad en otro tipo de principios y valores, limitar las propias ambiciones, jugar limpio en la escena de las naciones.

La crisis de Armenia tiene más de cien años sin ser cabalmente resuelta, un polvorín situado entre la codicia de Azerbaiyán y el maquiavelismo turco, que ahora de nuevo detona. La explosividad de varias antiguas repúblicas soviéticas es el resultado de soluciones históricas equivocadas que no se atendieron en su momento, al contrario, se dejaron de tal modo que pudieran ser siempre incendiarias, como es el caso de Ucrania. Taiwán es otro ejemplo de las malas decisiones norteamericanas que convierten a una determinada sociedad en rehén de intereses ajenos a ella.

La crisis migratoria mundial, especialmente sentida en Europa y Norteamérica, es el fruto del colonialismo capitalista y explotador del siglo XIX que muchos países europeos y Estados Unidos impusieron en América Latina y en África, no sin la complicidad de los gobiernos locales que, a cambio de reconocimiento diplomático, préstamos y ayuda militar, entregaron a sus propios pueblos en manos de los hambreadores.

Los apagafuegos hay que identificarlos en el esfuerzo de algunos países por impulsar un orden mundial distinto, en el trabajo casi siempre fallido de la Organización de las Naciones Unidas, y en la postura conciliatoria de la Santa Sede que mucho se ha esforzado para que al menos las religiones del mundo no sean ni acumuladoras de explosivos ni mucho menos detonantes de la violencia.

En este escenario inestable donde el tejido del mundo se rompe a cada rato, y desde cualquier parte, hay que señalar a los grandes negociantes de la guerra, los que fabrican y venden las armas amasando fortunas inmensas mientras vuelan en pedazos seres humanos bajo el impacto de las bombas de racimo que Ucrania está ya obteniendo de sus aliados, para echar fuera de su territorio al implacable oso ruso.

En México las cosas no son distintas, aunque sí de diverso tipo, el polvorín que cada día se aumenta es la impunidad en que vive la sociedad a manos de los gobiernos estatales y federal, y de la delincuencia, unos y otros principales detonantes de la violencia, junto con todos aquellos que obtienen beneficios abundantes de este caos social. Pero como lo que en México ocurre no parece entrar dentro de los parámetros que atraen la atención de la ONU o de cualquier otro organismo internacional, quedamos a nuestra suerte.

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