Ideas

Destino común

Algunos meses atrás, descubrí a Juan Miguel Zunzunegui. Desde entonces, no he dejado de seguirle la pista a través de sus libros y de sus conferencias en YouTube. Fue un encuentro inesperado. Como es costumbre, jugaba con el control de la tele y, de pronto, me llamó la atención una entrevista en la que Zunzunegui abordaba un tema poco común: los traumas de México. De manera coincidente, hace muchos años platicaba con Paco Ayón Zester, excelente historiador y mejor amigo, sobre por qué los mexicanos somos como somos.

Paco me introdujo a la lectura de un libro, escrito por Samuel Ramos, fundamental para conocernos a nosotros mismos: *El perfil del hombre y la cultura en México* -en él, nos desnuda con dolorosa objetividad-. Ambos autores concuerdan en que uno de los problemas de la historia es que no es aséptica y los gobernantes la ideologizan con fines de control político. Eso lleva, inevitablemente, a aceptar que existen, cuando menos, dos versiones de los acontecimientos: la oficial y la que se construye por intelectuales independientes, ambas cargadas de subjetividad. Se tuercen los hechos y se eleva al altar de la patria a personajes cuyas biografías no necesariamente son ejemplo de virtud. Por lo tanto, resulta pertinente hacer -con toda imparcialidad- una revisión de nuestra historia.

Desde siempre me pregunté el porqué de la mitificación de los aztecas y de la descalificación de Hernán Cortés y una mujer extraordinaria, Malintzin (Doña Marina). ¿Por qué se exalta a los perdedores, cuya cosmogonía y la opresión sobre sus vecinos tlaxcaltecas favoreció su derrota, y no se reconoce la hazaña que representó la conquista? ¿Por qué no existen monumentos a los fundadores de nuestro mestizaje? Nos convertimos en repetidores que, ignorantes de su pasado, siguen la inercia de un falso nacionalismo, hoy impulsado por el gobierno. Dicho sea de paso, los actuales libros de historia pretenden vendernos la falsa heroicidad que representa la 4T como continuación de la Independencia, la Reforma y la Revolución. De seguro, en su mente, el febril iluminado se ve a sí mismo adornando, con su egregia figura, calles y avenidas a lo largo y ancho del país.

La crítica y la autocrítica son fundamentales para superarnos, corregir nuestros errores, desviaciones y equivocaciones. No se trata de regresar al pasado, lo que resulta, además de absurdo, imposible. Lo conveniente es dejar a un lado nuestros prejuicios para liberar nuestras inteligencias. Mirar al futuro sin ataduras y aceptar que, si estamos aquí, es porque tenemos un destino común. Por el bien de México, la señora Sheinbaum deberá dejar de alentar las diferencias entre los mexicanos y conducir la reconstrucción de la armonía que debe prevalecer entre quienes compartimos territorio, símbolos patrios, idioma y muchas cosas más. Si en realidad la presidenta electa ama a esta nación, debe, como buena madre, abrazar a todos sus hijos y hacer de México un hogar común y no una trinchera en la que, un día, las diatribas pueden cobrarse con sangre.

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