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Desigualdad ante la muerte pandémica

Rebasada la cifra de 60 mil muertos por COVID-19 en México, las críticas no se han hecho esperar al gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador, y al responsable en jefe del manejo de la pandemia: el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell. 

Ávidos de proyecciones, en diversas ocasiones el subsecretario López-Gatell fue interrogado por representantes de los medios sobre los escenarios que habría en el país. El pasado 4 de junio tuvo la mala fortuna de citar un “escenario catastrófico” de fallecimientos que, lamentablemente, ya se alcanzó en México. 

En la rueda de prensa vespertina del pasado 4 de junio López-Gatell dijo: “Ya por la segunda semana de febrero hicimos una primera estimación de la carga esperada de enfermedad; el mínimo eran 6 mil, otro escenario era 8 mil y teníamos así hasta los 28 mil, que se redondea en 30; e incluso un escenario muy catastrófico que podía llegar a 60 mil”. La cifra se superó el pasado domingo 23 de agosto cuando se alcanzaron 60 mil 480 fallecimientos. Hay poco margen para la rectificación, pues el mismo subsecretario de Salud calificó esa cifra de “catastrófica”.

Ya en esta semana el zar contra la pandemia ha tratado de explicar las razones por las que México es uno de los países con más tasa de letalidad por COVID-19. Dijo que “los factores son múltiples”: “Una es el tabaquismo, pero tenemos otras tres: obesidad, hipertensión y diabetes (…) en todos los casos la mitad de la mortalidad en México todos los años, cerca de 350 mil muertes todos los años, se asocian con la mala nutrición”, sostuvo. Pero además mencionó un factor que poco se ha tomado en cuenta en el debate provocado sobre el manejo de la pandemia: “México es un país desigual y a lo largo de estos 30 o 40 años se ha normalizado”. 

Y en efecto, las muertes por la pandemia del COVID-19 también están mostrando la extrema desigualdad que existe en la sociedad mexicana. La desigualdad se manifiesta de la siguiente manera: los pobres tienen más posibilidades de morir por coronavirus que los ricos. 

En días pasados tuve oportunidad de conocer la realidad de la atención a los enfermos por coronavirus en los hospitales del sistema público y el contraste con los hospitales privados. 

Un enfermero de la clínica 110 del IMSS en Guadalajara, que atiende pacientes con coronavirus, estima que seis de cada 10 pacientes por COVID-19 mueren en los hospitales del IMSS.

En contra, en los hospitales privados más caros de la Ciudad de México, por ejemplo el ABC, no muere ningún paciente, debido a las extremas atenciones que reciben y que, claro, tienen que pagar a un alto costo, según me explicó un familiar. Por ejemplo, para recibir un paciente en ese hospital, la familia tenía que hacer un depósito de 500 mil pesos. De otro modo no era recibido. 

En diversas notas de prensa, se han presentado datos de la aseguradoras y estiman que el costo promedio de atención a un paciente no grave va de los 400 mil a los 500 mil pesos. Pero en los pacientes que ingresan a terapia intensiva llega a costar hasta 946 mil pesos (habiendo un caso cuyo tratamiento costó 16.4 millones de pesos). Si bien las aseguradoras pagan una parte del costo de la atención, los afiliados deben pagar entre 100 mil y 122 mil pesos por deducibles y coaseguros (Mural, 25 de agosto). 

El contraste entre la mayor tasa de fallecidos en hospitales públicos como el IMSS o los sistema de salud estatales, no se debe a mala atención o falta de preparación del personal de salud. Se debe a la falta de personal y materiales. 

Mientras en un hospital privado cada paciente tiene a su lado una enfermera y médico 24 horas, en los hospitales del sector público varios médicos y enfermeras tienen que atender a varios pacientes, lo que hace imposible una atención debidamente adecuada. 

Esta injusta situación frente a la muerte provocada por la expansión de esta pandemia nos pone de nuevo frente a la indecente situación de desigualdad social en México. Aunque sea chocante decirlo, si tienes dinero, mucho dinero, es difícil que mueras de COVID-19. En contraste, los más pobres corren mayor riesgo de contagio, por necesidad de salir a trabajar, y de morir que los sectores adinerados del país.

A esto se suman décadas de desmantelamiento del sistema de salud en el país, provocado de manera deliberada por anteriores gobiernos, quienes de este modo hicieron de la medicina privada un gran negocio. Nadie debería morir por falta de recursos. Una sociedad basada en la solidaridad y la cooperación debería de tener los medios suficientes para garantizar que todos tuvieran acceso igualitario ante la salud. Esa es una lucha que se tiene que dar, y que se tiene que ganar si queremos evitar que en próximas epidemias los más pobres corran más riesgos de morir que el resto de sectores de la sociedad. 

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