Desconsideración y descortesía
Recientemente se puso en operación un novedoso sistema de cobro en la Línea 1 del Tren Ligero, sistema que en automático aplica el descuento a la tarifa en todos aquellos casos que lo ameritan y previamente han sido autorizados, por ejemplo, adultos mayores, personas con discapacidad, estudiantes y otros. El estudio, diseño y operatividad corrió por cuenta del Sistema de Tren Eléctrico Urbano, SITEUR por sus siglas. Hasta aquí todo de maravilla, excepto que ni SITEUR ni la Comisión Estatal de Derechos Humanos, tuvieron el cuidado de que el susodicho sistema de pago no atentara contra la dignidad de ciertas personas, esas ya citadas pertenecientes a grupos vulnerables.
El problema estriba en que el tecnológico sistema opera con tal modernidad que al hacer el pago se conecta el registro del mismo a una bocina que a todos decibeles advierte la condición de la persona y el porque del descuento: “DISCAPACITADO, ni siquiera persona con discapacidad, ADULTO MAYOR, ESTUDIANTE, etc., etc. Como si el sistema estuviera diseñado para la transparencia y justificara el descuento sin tomar en cuenta el respeto a la dignidad de la persona, en tanto persona ya que es sometido a un señalamiento publico.
Lo anterior es uno de tantos ejemplos cotidianos de la ausencia de una cultura verdaderamente incluyente, tanto del gobierno por omitir la revisión de la CEDH como de la sociedad por no denunciar el caso y mantenerse en la indiferencia. Quiérase o no, estos detalles aunque aparentemente irrelevantes ensombrecen el ya de por si oscuro panorama discriminatorio que tenemos en nuestro entorno, faltarles al respeto públicamente es condenarlos al aislamiento y al olvido. Además es un ejemplo más de que la inclusión padece una lamentable afasia social insensata e incongruente. Se dirá que son detalles pequeños, quizás nimios, pero que indudablemente manifiestan la presencia de una retardada cultura inclusiva que hace que nos sea más fácil discriminar que incluir.
Es un hecho que los avances tecnológicos deben ocuparse de los hechos y la solidaridad de los valores, porque además la pulsión humana por la curiosidad vencerá en tanto no contemos con una convicción incluyente, sólo entonces dominará el respeto a las personas, recordemos que el morbo es insito a nuestra condición humana.
El “bocinazo” en comento, por más tecnológico que sea es por decir lo menos desconsiderado y descortés, pues en el fondo se atenta contra su condición de persona, lo peor, provoca que nos mantengamos indiferentes a sus cotidianos retos.
Una sociedad verdaderamente incluyente con arraigo y cultura genera que gobierno y sociedad le den siempre un lugar a la razón, activo que traerá como resultado una regeneración social tan indispensable en estos tiempos donde corren paralelos los avances tecnológicos y la deshumanización.
Tratemos de ganar la carrera antes de que arribe el imperio de la ciencia y la tecnología, imperio que estará reinando a base de la frivolidad y de la indiferencia hacia las personas, en otras palabras el reto es nunca ceder a la resignación.
Es posible y necesario, convertir nuestra sociedad en verdaderamente incluyente, recordemos lo que afirma el gran poeta y pensador mexicano Alfonso Reyes: “El que desea labrar una estatua hizo un cincel: el cincel lo hizo poco a poco escultor”.