Desatados
No hemos contado 10 días tras la elección intermedia y ya se desató la lucha por la sucesión. La aceleró el resultado, pero sobre todo la tragedia de la Línea 12 que amenaza con sacudir fuertemente el tablero.
Del lado morenista salieron ya a relucir los cuchillos. Se están dando con todo entre los posibles candidatos. Los tres más visibles, Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal, han sido esta semana protagonistas de noticias y ataques desde el interior del propio partido. A Marcelo le están cargando los defectos de construcción de la Línea 12; a Claudia le sacaron los trapitos al sol al presentar evidencia de que su madre estuvo vinculada a operaciones de lavado de dinero en 2016, de acuerdo con los llamados Panamá Papers; a Monreal lo acusan de haber operado en contra del partido en la Ciudad de México. Por el lado de la oposición el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, cambió de tono y se metió de lleno al tema del federalismo, su caballito de batalla para hacer campaña nacional, y el ex candidato panista Ricardo Anaya sigue en su tour “conociendo a México” y subiendo la crítica para lograr alguna nota.
Esto tiene un doble efecto político. Por un lado, conforme avance el calendario, la voz del presidente dejará, poco a poco, de ser la única. Aunque con diferencias sustanciales por el tipo y forma de comunicación la tendencia natural será a que la voz del presidente vaya cediendo espacio, abriendo la cancha, pues no puede arriesgarse a que sus candidatos no crezcan o se coman entre ellos ni tampoco a que su baraja se quede sólo en tres.
Acostumbrémonos a la presencia de más mujeres representándonos, pero también vigilemos que no desaprovechen la oportunidad y coloquen la agenda feminista al centro
Del lado de la oposición falta mucho por ver. Pero, si bien es cierto que hoy hay candidaturas en todo el mundo que se construyen en menos de dos años (Macron en Francia, Trump en Estados Unidos, Castillo en Perú, Fernández en Argentina, Bolsonaro en Brasil, por citar sólo algunos casos), lo desarticulado de la oposición, la falta de liderazgos y la poca visibilidad de éstos hace mucho más complicado que surjan proyectos de candidaturas que sean viables y de alcance nacional.
Una de las bellas artes de la política es el manejo de la sucesión, la sabia virtud de entender los tiempos, de evitar que el poder se disperse o incluso que se aniquile a sí mismo, como le sucedió a Peña Nieto. López Obrador tiene a su favor que lo suyo no es un partido sino un movimiento que gira en torno a su figura y donde él decidirá al candidato con su flamígero y mañanero dedo, como lo hizo con las candidaturas a gobernador. La falta de reglas es, al mismo tiempo, su mayor riesgo.
A tres años de la elección, las grandes preguntas son si los factores de cohesión de Morena superarán a los de dispersión entre unos desatados y despiadados aspirantes, y si la oposición entenderá que además de candidato necesita ideas.
diego.petersen@informador.com.mx