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Delincuencia, impunidad y castigo

Los delincuentes le apuestan a que sus actos no sean conocidos por los demás. Los efectúan sin que sean atrapados en su fechoría. Es decir, se esconden, lo disimulan, lo realizan con oportunismo, impredecibles, especialmente para sus víctimas. Actúan por sorpresa, alevosía y ventaja. Y, en fin, son unos expertos en engañar, transgredir las reglas, normas, costumbres y leyes. Todo porque han encontrado la manera de eludir las consecuencias de sus actos.

Han acabado por tener una pobre moral, la desconocen o simplemente tienen confundido el concepto del bien y del mal. Sus principios y valores son tan elementales, que no saben del respeto y del cuidado de una vida en armonía y equilibrio consigo mismos y los demás.

Pueden ser tontos o inteligentes, pobres o ricos, no importa su raza y creencias, o si son gente bonita, fea o desaliñada. Pero lo que sí es definitivo es si es educado o culto. Y es aquí donde encontramos la base de la corrupción y del comportamiento delictivo.

El problema es que hemos dejado a un lado la educación de la moral pública, y nos referimos concretamente al enorme énfasis que se ha puesto en que la educación sea sobre las ciencias sociales, o naturales y casi se ha eliminado, por completo, la formación de la persona. Es decir, de su conciencia cívico moral.

Muchos de los infractores han pasado por la escuela, incluso por las aulas de una universidad, especialmente los delincuentes de cuello blanco. Estudiaron historia, matemáticas, geografía, literatura, idiomas y cuanta ciencia hay; pero nadie les enseñó lo que es la ética y la moral. No tienen una clara idea de la diferencia entre el bien y el mal, ni las consecuencias de sus actos. Desde temprana edad aprenden a que no pasa nada si hacen las cosas que no se deben y no te atrapan, por eso es fácil ser mentiroso, tramposo y aplicar la astucia para esconderse y realizar lo que sea, sin ser visto por la autoridad y acabar por vivir sin que nadie se entere de lo que han hecho.

Por eso los delincuentes son unos sinvergüenzas, porque simplemente son unos grandes cínicos, hipócritas y no tienen vergüenza alguna por todo lo que hacen de mal a los demás. Incluso duermen tranquilos, porque nadie se entera de sus actos y no hay una consecuencia por las barbaridades que realizan.

Hemos equivocado el rumbo, y en vez de educar en la moral cívica y en el cumplimiento de las normas y reglas de convivencia social, es decir de la ley. Queremos resolver el problema con vigilancia policíaca, cámaras y la amenaza de la prisión. Cuando en realidad lo que debemos de enfatizar es el desarrollo de la conciencia moral. De que cada uno tenga dentro de su cabeza el freno a los actos malos y procure realizar actos buenos.

La privación de la libertad sólo es un castigo si te atrapan, pero eso está por verse, mientras que eso no suceda, el delincuente vive sin temor a nada. Cuando en realidad debería temer el fallarse a sí mismo, a su familia y a la sociedad en la que vive. Pero eso no se lo han inculcado. Pasaron por los salones de clase sin que su moral fuera educada, cuando mucho le exigieron algunos hábitos correctos, pero la base de la vergüenza y la honestidad consigo mismo no se le dio.

Una persona educada, culta y civilizada no necesita ser vigilado para hacer lo correcto, sus propios errores los autocorrige y repara el daño ocasionado, por eso no hay impunidad ni necesita que lo vigilen y amenacen con castigos. Tiene muy claro lo que está bien o mal y cultiva su sabiduría para distinguirlo.

Eso es lo que hace falta en las aulas de clase, más educación del interior moral del alumno y menos ciencias exactas y naturales.

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