Del universo florido, rico y sonoro
Dice John Eliot Gardiner que lo que más desea transmitir —en su doble condición de director y estudioso de Bach— es ese mundo rico y sonoro, así como el placer que es capaz de producir al escucharlo. De eso se trata.
Hace años, los domingos, a la hora del desayuno, oíamos como música de fondo la “Misa en Si menor” (BWV 232) compuesta en 1724, una obra que hace poco descubrí en YouTube con la orquesta de Solistas Barrocos Ingleses y el coro Monteverdi dirigidos por John Eliot Gardiner. Desde entonces la veo y escucho sin hacer otra cosa de tal manera que pueda clavarme en el universo florido, rico y sonoro al que Gardiner nos lleva de la mano durante su interpretación que, como efecto secundario, provocó que empezara a escuchar las Cantatas de Bach en la versión que él dirige, para comprobar si ese compositor barroco había sido un dramaturgo de altos vuelos.
Gardiner escribió “La música en el castillo del cielo” (Acantilado, 2015), un libro extenso (922 páginas), bien escrito sobre la vida y obra de Bach que nos lleva tras bambalinas por los siglos XVII y XVIII de una Alemania devastada por la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y la peste bubónica, una época en donde la desgracia golpeaba por todas partes y la gente vivía aterrada de la muerte.
“Para muchas personas, el sello distintivo de la música de Bach radica en la lucidez de su estructura y en la satisfacción matemática de sus proporciones”, como dice Gardiner de este compositor que estando en Leipzig decidió componer una Cantata cada semana durante un año para que los oyentes “descubrieran las opciones que puede haber en la vida, mostrándoles un ideal, antes de enfrentarse a la muerte”.
Bach era luterano y ese espíritu se manifiesta en las cantatas, pero, en algunos casos, aprovecha la oportunidad para expresar su ira contra la burocracia, sobre todo si ésta trataba de obstaculizar lo relacionado con la música. Entonces, “se ponía su armadura y expresaba su cólera del modo más vehemente”, tal como lo hace en la Cantata 178: “Si el Señor no estuviera con nosotros cuando nuestros enemigos rugen… todo estaría perdido” y, en medio de una atmósfera grave, como una sibila, les advierte a los hipócritas “que conciben sus planes arteros con la astucia de las serpientes…”.
Entonces, con una música soberbia, airada y ejecutada con una furia palpable, Bach echaba chispas ante la delincuencia de esos tipos de tal manera que “los prebostes municipales, sentados en sus mejores bancos, escuchaban estas arengas cayendo en cuenta de su intención y empezando a sentirse cada vez más incómodos cuando escuchaban esos textos que iban directo a su objetivo, acompañadas de una música cada vez más estridente y abrasiva con lo que Bach lograba su objetivo”.
Al cierre de la Cantata escuchamos al Coro cerrando la obra como lo hacía Shakespeare en sus Sonetos: con un giro sorprendente, como en el Aria, el bajo canta justo lo que quería decirles Bach a sus enemigos que, sin saber de música, impedían su trabajo como compositor y organista: “Como las violentas olas del mar con ímpetu sacuden un navío, así la furia de los enemigos se levanta para robar el mejor bien de las almas”, en donde imagino que “el mejor bien” era la música.
Gardiner dirige la Misa como debe ser de tal manera que las palabras y la música se funden en una fuerza invisible e indivisible, sabiendo que las palabras apelan al intelecto y la música a las pasiones: “Cuando la desgracia nos golpea por todas partes, y nos rodea una numerosa banda, aparece la mano de aquel que nos ayuda, brillando a la distancia la luz del consuelo”.
Fascinante, si nos dejemos llevar de principio a fin por estos dramas, teniendo a la vista la letra (bilingüe) para saber de qué se trata y poder confirmar que, efectivamente, Bach fue un dramaturgo de altos vuelos.